Los Hombres que Descubrieron Asiria

Descubriendo los secretos de Asiria
                                                 Recreación de la Ciudad de Nimrud

Con el inicio de las grandes expediciones arqueológicas en el siglo XIX se abría un debate sobre los derechos de tutela y conservación de unos tesoros arqueológicos que pasarían a engrosar los fondos de museos tan importantes como los del Louvre o el Museo Británico. En pleno Romanticismo, surge un interés inusitado por las culturas del Levante Mediterráneo y Asia Menor, interés que se materializará en sendas campañas como las llevadas a cabo por Schliemann en Grecia, Denon y Champollion en Egipto – que viajaban con las tropas napoleónicas – o las de Botta y Layard en Nínive, Khorsabad y Nimrud. Esas misiones arqueológicas se tradujeron en hallazgos tan importantes como las ruinas de la ciudad de Troya, la Piedra Roseta, o la gran colección de tablillas grabadas que componían la Biblioteca del rey asirio Asurbanipal. Descubrimientos que permitieron descifrar la escritura jeroglífica y la creación, con posterioridad, de dos nuevas disciplinas dentro de la Arqueología: la Egiptología y la Asiriología.    

Y es que antes de que la Arqueología adoptara un método para convertirse en ciencia, la imagen del arqueólogo se correspondía más con la de un cazador de tesoros que con la de un verdadero investigador científico, levantando el recelo de aquéllos que veían el expolio de su patrimonio como un exceso de las potencias coloniales, Francia y Gran Bretaña, sobre todo, países que llegarían a rivalizar fuertemente en esta cuestión.

Sin embargo, casi dos siglos después, el cariz que están tomando los acontecimientos en Próximo Oriente, que habría resultado impensable en aquéllos días, justifica en cierta medida las decisiones que por entonces se tomaron, que han permitido salvaguardar parte de un patrimonio que, a estas horas, habría sido seguramente destruido en aras de la intolerancia más radical y de oscuros intereses que aún están por aclarar.

El artículo que os traigo a continuación, publicado en BBC News, es un homenaje a aquéllos que con su esfuerzo descubrieron al mundo una civilización, la asiria, de la que sólo se tenía constancia hasta entonces por las citas contenidas en el Antiguo Testamento.

Si Roma no pagaba traidores, el Imperio Británico no siempre recompensó a quienes creyeron ser sus ciudadanos de adopción, personas que pusieron a su servicio todo su talento y dedicación, y que como pago, sólo recibieron el desprecio y el olvido más absoluto.

Ésta es la historia de una de ellas.

 

THE MEN WHO UNCOVERED ASYRIA

By Daniel Silas Adamson

BBC News Magazine, March 22nd, 2015

LOS HOMBRES QUE DESCUBRIERON ASIRIA

Traducción: Andrés R2

Dos de las antiguas ciudades que están siendo destruidas por el Estado Islámico [EI, en adelante] yacieron bajo tierra durante 2.500 años. Sólo hace 170 que empezaron a ser excavadas y despojadas de sus tesoros. Es posible que las excavaciones allanaran el camino para que EI destrozara sus vestigios, pero aseguraron también que parte de los tesoros de una civilización perdida se salvasen.

Descubriendo Asiria
                                                                        George Smith

En 1872, en una trastienda del Museo Británico, un hombre llamado George Smith pasaba los oscuros días de Noviembre inclinado sobre una tablilla rota de arcilla. Era uno de los miles de fragmentos procedentes de las recientes excavaciones en el Norte de Irak, y estaba repleto de la intrincada escritura cuneiforme que había sido empleada en toda la Antigua Mesopotamia y descifrada durante la vida del propio Smith.

Unas tablillas mostraban los asuntos cotidianos de contables y administradores – una rueda de carro rota, un cargamento de vino retrasado, los precios del betún y de la madera de cedro. Otras, registraban las victorias de las tropas del rey asirio, o las profecías que los sacerdotes adivinaban en las entrañas de corderos sacrificados.

Sin embargo, la tablilla de Smith contaba una historia. Una historia sobre un mundo anegado por la inundación, un hombre que construye una nave, una paloma que se suelta en busca de tierra firme.

Smith se percató de que estaba contemplando una versión del Arca de Noé. Pero el libro no era el Génesis. Era Gilgamesh, un poema épico que había sido plasmado en arcilla fresca por vez primera en torno al 1800 a.C., unos mil años antes, aproximadamente, de que la Biblia Hebrea [el Antiguo Testamento Cristiano] fuese redactada. Incluso la tablilla de Smith, fechada en torno al siglo VII a.C., era mucho más antigua que el manuscrito más incipiente del Génesis.

Un mes más tarde, el 3 de Diciembre, Smith exponía su traducción de la tablilla ante la Sociedad de Arqueología Bíblica en Londres. El Primer Ministro, William Gladstone, era uno de los que habían venido a escuchar. Era la primera vez que una audiencia escuchaba “La Epopeya de Gilgamesh” en más de 2.000 años.

Descubriendo Asiria
                                  Escritura Cuneiforme

La conferencia de Smith causó sensación. Los hubo que se aferraron al poema con pía satisfacción, empleándolo para corroborar la verdad esencial de la Biblia. Pero hubo otros que lo encontraron más problemático. Tal y como el New York Times lo había llevado en su artículo de portada al día siguiente, la Tablilla del Diluvio había dado a conocer “diferentes tradiciones del Diluvio, además de la Bíblica, que quizás sea tan legendaria como el resto”.

Publicada menos de 15 años después de “El Origen de las Especies” de Darwin, “La Epopeya de Gilgamesh” fue percibida por muchos como otra gran grieta en el edificio del Cristianismo Victoriano.

La historia de cómo la Tablilla del Diluvio surgió de la marisma del Norte de Irak empieza en un lugar llamado Kouyunjik – uno de los yacimientos arqueológicos cuyas antigüedades asirias ya están siendo minadas por EI. Una historia que el Profesor David Damrosch de la Universidad de Columbia cuenta en “El Libro Sepultado: Pérdida y Recuperación de la Gran Epopeya de Gilgamesh”.

Kouyunjik está enclavada en las orillas del Tigris, frente a la ciudad iraquí de Mosul, y hace 2.700 años formaba parte de Nínive, la última capital de los asirios. En su cénit, era éste un imperio que se extendía desde las orillas del Golfo Pérsico hasta las Montañas de Anatolia y las llanuras aluviales de Egipto. Durante unos 300 años [entre 900 y 600 a.C., aproximadamente], fue la civilización conocida más avanzada, una superpotencia tecnológica construida sobre la prosperidad de sus mercaderes y la implacabilidad de sus ejércitos. Un grabado hallado en Kouyunjik muestra al rey asirio Asurbanipal disfrutando de un banquete en sus jardines mientras la cabeza cercenada de su enemigo, el rey elemita Tempti Khumma pende de las ramas de los árboles.

Pero Asiria no era invulnerable. En el año 612 a.C. Nínive fue saqueada en una rebelión encabezada por los babilonios. Dejaron en ruinas la ciudad más rica del mundo, sus palacios, ardiendo, sus habitantes, muertos o deportados como esclavos. La arena cubriría la biblioteca destrozada del rey Asurbanipal, y con ella, la copia cuidadosamente transcrita de “La Epopeya de Gilgamesh”.

2500 años después, en el invierno de 1853, el poema fue desenterrado por un hombre llamado Hormuzd Rassam.

Descubriendo Asiria
                                                              Hormuzd Rassam

Rassam se había criado en Mosul, al otro lado del río. En una momento en que las potencias imperiales veían a los oriundos como poco más que portadores de palas y asnos, él había sido designado por el Museo Británico para dirigir la excavación arqueológica más importante de la época. Era el primer arqueólogo nacido y educado en Oriente Medio.

La familia de Rassam era cristiana caldea, descendiente de los antiguos asirios que se habían convertido al Cristianismo en el siglo IV y que se habían se mantenido étnicamente separados de las poblaciones kurdas y árabes de Irak. La misma comunidad que el pasado año fue forzada por EI a convertirse al Islam, a pagar un tributo especial o morir. La mayoría de los cristianos asirios de Mosul han huido hacia el Este, a la región independiente del Kurdistán, o al Norte, cruzando la frontera, hacia Turquía.

Rassam creció en un Mosul apacible. La ciudad formaba parte del decadente Imperio Otomano, y era una provincia atrasada que poco podía ofrecer a un joven con talento y energía. Pero en 1845, cuando Rassam contaba 19, conoció a quien cambiaría su trayectoria vital, Austen Henry Layard.

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                                                                Austen Henry Layard

Layard era un aventurero que había llegado a caballo a Oriente Medio a finales de los años 30 [del siglo XIX, ndt], armado con un par de revólveres y bastante dinero en efectivo. Cuando llegó a Mosul, ya había visto los templos de Petra y Baalbek, así como las ciudades vivas de Damasco y Aleppo. Pero fue las ruinas por excavar de Irak lo que verdaderamente atrapó su imaginación.

“Un gran misterio envuelve Asiria, Babilonia y Caldea. Estos nombres vinculan grandes naciones y grandes ciudades… los valles que Judíos y Gentiles consideran por igual como la cuna de su raza”, escribió.

“Mientras el sol se ponía, vi por primera vez el gran montículo cónico de Nimrud alzándose contra el limpio cielo nocturno. Se encontraba al otro lado del río, no muy lejos, y jamás olvidaré la impresión que me produjo… mi mente no contemplaba otra posibilidad que excavar concienzudamente esas ruinas fabulosas”.

Tras años de negociaciones con las autoridades otomanas, Layard finalmente hundió la pala en el montículo de Nimrud, 20 millas al Sur de Mosul, en el verano de 1845. Este es el enclave que, según los oficiales iraquíes, EI empezó a derribar con retroexcavadoras a principios del mes de Marzo.

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                                  Plano de la ciudad de Nínive

La antigua ciudad asiria de Nimrud y sus inigualables riquezas

Nimrud cubre una extensión de unos 3,5 Km cuadrados, que alberga entre sus murallas un promontorio con una prominente ciudadela. Entre los principales edificios religiosos y administrativos se encuentran los enormes palacios de diferentes reyes asirios y los templos de Ninurta, dios de la guerra, y Nabu, dios de la escritura [también de la sabiduría, ndt]. El Palacio de Asurbanipal, también conocido como el Palacio Noroeste, fue excavado por primera vez por Austen Henry Layard en los años 40. Posteriores excavaciones fueron llevadas a cabo entre los años 50 y 60 [del siglo XX, ndt] por Max Mallowan, el esposo de Agatha Christie.

El primer día de excavación, Layard descubrió el contorno de un palacio real. Una semana más tarde, se encontraba extrayendo las enormes placas de alabastro que habían revestido sus muros, paneles que mostraban el poder del monarca asirio y la servil sumisión de sus enemigos. Al cabo de tres o cuatro años, Layard había desenterrado la civilización de la antigua Asiria – hasta ese momento, nada más que un nombre mencionado en las páginas de la Biblia – y llenado el Museo Británico de esculturas y escrituras procedentes de la cuna de la civilización.

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                                                          Trabajos de excavación en Nínive

Publicado en 1849, el informe de sus excavaciones “Las Ruinas de Nínive” se convirtió en un superventas de inmediato. Pero, como él mismo admitió, nada de ésto habría sido posible sin Hormuzd Rassam.

Puede que el inglés supiera cómo conseguir financiación de los fideicomisarios del Museo Británico, pero era Rassam quien sabía cómo tratar con los habitantes del Norte de Irak, y hablaba árabe, turco y sirio arameo, la lengua de los cristianos asirios. Era Rassam quien sabía cómo regatear con un jeque tribal, cómo sobornar a un gobernador local regalándole café, cómo alquilar 300 trabajadores para arrastrar una estatua colosal de un toro alado hasta el Tigris y hacerla flotar en una balsa de planchas de madera y pieles de cabra infladas.

Pese a su determinación, Rassam y Layard no pudieron enviarlo todo al Museo Británico. Entre los yacimientos excavados se encontraba la Puerta de Nergal [hijo de Enlil y Ninlil, dios sumerio – babilonio del inframundo, señor de los muertos, ndt], en la muralla norte de Nínive – la misma puerta donde un yihadista de EI grabó el mes pasado una diatriba contra el politeísmo y la idolatría del mundo preislámico.

La puerta está flanqueada con lo que Layard describió en su obra de 1853, “Descubrimientos entre las Ruinas de Nínive y Babilonia”, como “una pareja majestuosa de toros con cabeza humana, de catorce pies de longitud y, sin embargo, de una pieza pese a grietas y daños provocados por el fuego”.

Conocidos como Lamassu, estas bestias fueron enviadas a las puertas de las ciudades asirias para intimidar a los enemigos y ahuyentar a los espíritus demoníacos. No espantaron a los vándalos de EI, que destrozaron sus facciones con un taladro neumático.

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                                                                       Lamassu

Al tiempo que de forma conjunta rescataban a Asiria del olvido, Layard y Rassam forjaron una amistad que duraría para el resto de su vida. Donde Layard se deleitaba – como tantos orientalistas europeos – vistiéndose con ropa oriental, Rassam se afanaba en presentarse como un inglés victoriano. Cruzaba las llanuras de Irak en chaleco y chaqueta. Se convirtió al Protestantismo, que describía como “la auténtica religión de Gran Bretaña”. Pasó 18 meses estudiando en Oxford, donde aprendió patinaje sobre hielo y desde donde escribió a Layard, “preferiría ser un deshollinador en Gran Bretaña que un pachá en Turquía”.

Las excavaciones dependían tanto de Rassam que, cuando Layard se retiró de la Arqueología, el Museo Británico designó al joven iraquí para que las continuara. Regresando a Mosul, demostró una devoción digna de admiración por los intereses de su país de adopción.

La Arqueología resultaba fundamental para dichos intereses. En el curso superior del Tigris, los británicos y franceses rivalizaban por las antigüedades. Un francés llamado Paul Emile Botta [cónsul francés, que excavó los restos del palacio de Sargón II en Khorsabad, ndt] fue el primero en excavar Nínive, y aunque había suspendido los trabajos para centrarse en la aldea cercana de Khorsabad, se consideraba que el yacimiento permanecía bajo la esfera francesa de influencia.

Rassam, sin embargo, se encontraba en su tierra natal, justo al otro lado de la ciudad donde había crecido. Él no iba a ver los tesoros de Nínive, como los de Khorsabad, enviados al Louvre.

Careciendo de todo permiso oficial, y trabajando bajo el manto de la noche, Rassam puso a su equipo a excavar en el ángulo septentrional del promontorio. En Diciembre de 1853, tras una semana de excavaciones, un enorme banco de tierra se precipitó y Rassam oyó a sus hombres gritar “Suwar”“Imágenes”. Allí, a luz de la luna, se hallaban paneles de piedra que habían sido tallados 2.500 años antes para las estancias del rey asirio Asurbanipal [Asurbanipal II, ndt], que gobernó entre 668 y 627 a.C.

Descubriendo Asiria
                                                                   Cacería de leones

Arte de una calidad arrebatadora – escenas de una cacería de leones por las llanuras de Mesopotamia, de los animales sucumbiendo a las flechas del rey, escenas de un patetismo y de una intensidad dramática que sobrepasaban a todo lo que se había excavado con anterioridad en Oriente Medio. “La escena de la cacería de leones data de la época más desarrollada del arte asirio”, afirma el Dr. John Curtis, Presidente del Instituto Británico de Estudios Iraquíes. “Los leones son representados en un estilo maravilloso, lleno de vida y naturalismo. Son los productos más exquisitos del tallado de relieves asirio”.

Aún conteniendo sólo la cacería de leones, el palacio de Asurbanipal habría sido uno de los hallazgos arqueológicos del siglo XIX. Pero el suelo de palacio estaba cubierto de los restos machacados de la biblioteca real. “Entre esos registros – escribió Rassam – se encontraron los relatos caldeos de la Creación y del Diluvio”. Rassam, pese a no leer en cuneiforme, y a no saberlo, había descubierto la Tablilla del Diluvio.

Las cajas que contenían la Biblioteca de Asurbanipal llegaron a Londres en el momento en que el joven George Smith se disponía a abandonar la escuela. Como Rassam, Smith no era miembro por derecho de la clase dirigente victoriana. Nacido en una familia de clase trabajadora, a los 14 años entró como aprendiz en una imprenta de papel moneda. El chico era un buen delineante, pero cuando empezó a trabajar, su imaginación ya estaba atrapada por las bravuconas aventuras de Layard y por las antigüedades que llegaban de Nínive y Nimrud. A mediados de los 50 [del siglo XIX, ndt], Smith ya frecuentaba el Museo Británico en su hora para comer, observando con detenimiento las tablillas cuneiformes que habían llegado de los palacios de los reyes asirios.

Hacia 1860, a los 20 años, Smith había empezado a entender tanto la escritura cuneiforme como la lengua acadia en la que la mayor parte de las tablillas estaban escritas. Un año más tarde, el personal del museo le contrató para limpiar y clasificar tablillas. Poseía una memoria visual asombrosamente buena, reagrupando y descifrando líneas de texto casi ilegibles que estaban dispersadas entre cientos de fragmentos destrozados. No tardaría Smith, que jamás había asistido a una universidad ni salido de Inglaterra, en hacer mayores descubrimientos en la Historia y Literatura del Imperio Asirio.

Se le gratificó con el reconocimiento de sus colegas asiriólogos, pero lo que él quería realmente era algo que le hiciera popularmente conocido – algo que podría justificar una expedición a Irak. En Noviembre de 1872, mientras deletreaba los poemas de la Tablilla del Diluvio línea a línea, supo que lo había encontrado. Uno de sus colegas escribió que Smith estaba tan excitado que “fue corriendo al salón” y “ante el asombro de los presentes, empezó a desnudarse”.

Dos meses después, con 1.000 guineas ofrecidas por el Daily Telegraph, George Smith fue enviado a Irak para concluir las excavaciones que había empezado la generación anterior.

Carente de la extravagancia de Layard y de la sabiduría de la calle propia de Rassam, Smith luchó para aguantar el calor y la pobreza del Imperio Otomano. David Damrosch afirma que estaba horrorizado por la falta de higiene, con el estómago revuelto por la imagen de un kebab, demasiado ingenuo para pagar el baksheesh, pequeño soborno que le habría facilitado toda transacción.

Pero no cabe duda de que George Smith era un genio redomado. A su muerte, en 1876, atrofiado por la disentería en Aleppo, había ya publicado ocho obras rompedoras sobre la historia y la lingüística asirias, realizado hallazgos arqueológicos mayores por docenas y redescubierto la primera gran obra de la Literatura universal. Tenía tan solo 36 años.

Habiendo fallecido Smith, Rassam fue puesto de nuevo al servicio del Museo Británico. Procedió a localizar y a excavar la ciudad babilonia de Sippar, a descubrir las grandes puertas de bronce del Palacio de Balawat, y a enviar más de 70.000 tablillas cuneiformes a Londres. Descubrimientos, todos, que deberían haberle hecho famoso – pero en la década de los 80, coincidiendo con sus últimas expediciones, Hormuzd Rassam sería borrado de los archivos.

Descubrimiento Asiria
                               Sir Henry Rawlinson

Sir Henry Rawlinson, que había sido Cónsul Británico en Bagdad cuando las excavaciones nocturnas de Rassam en Nínive, reclamaba la autoría del descubrimiento del Palacio de Asurbanipal. Rassam, escribió, era sólo un “excavador” que había supervisado el trabajo. Aún más insultante resultó la insinuación, hecha por uno de los restauradores del Museo Británico, de que Hassam había sacado provecho del tráfico ilegal de antigüedades que había proliferado en torno a las excavaciones en Irak.

Hormuzd Rassam, tan impresionado por las formas de la élite victoriana, y que había estado toda su carrera al servicio del Imperio Británico, recibió una buena dosis de esnobismo, desprecio y racismo. No pudo encontrar un editor británico que publicase sus memorias, y para cuando falleció en su casa de Hove en 1910, hasta su nombre había sido eliminado de las placas y de las guías de visitantes en el Museo Británico.

El único inglés que permaneció junto a él fue su viejo amigo Layard. Rassam fue, escribió, “uno de los colegas más honestos y de mayor rectitud que jamás conocí, y alguien cuyos servicios nunca han sido reconocidos”.

“A Rassam todavía se le recuerda en Mosul”, afirma el Dr. Lamia al – Gailani, un arqueólogo iraquí de la UCL [University College London]. “Están orgullosos de él”.

Sin embargo, en el Reino Unido, su reputación nunca ha sido recuperada del todo. Una generación después de que dejara el trabajo de campo, la Arqueología se desarrollaba como una búsqueda científica y disciplinada del conocimiento, más que una lucha imperialista y codiciosa por conseguir tesoros. Cada puñado de tierra era ahora cribado, cada semilla y diente, recogido, cada fragmento de cerámica, medido y analizado.

Layard y Rassam, que habían sido pagados por una potencia imperial para extraer las obras maestras del arte mesopotámico antes que los franceses, habían estado paleando los muros de adobe de edificios antiguos sin percatarse siquiera de ellos, habían guardado únicamente los registros más rudimentarios, y habían removido lugares que, explorados con menos precipitación y más metodología, podrían haber proporcionado enormes conocimientos sobre la vida de los asirios. Para los estándares de la Arqueología Moderna, no eran mucho más que cazadores de tesoros en la nómina del Museo Británico.

“Para los iraquíes, resulta conmovedor, por supuesto”, sostiene al – Gailani. “Durante mucho tiempo han venido al Museo Británico y visto estas antigüedades, y sienten que deberían ser devueltas a Irak. Pero, por el momento, guardian silencio. Porque ven lo que en Irak está sucediendo, y son conscientes de que estos objetos en el Museo Británico y en el Louvre han sido, al menos, salvados”.

No todos están tan dispuestos a exculpar a las potencias coloniales. Pero si consideramos todos los tesoros que Layard y Rassam sacaron de Mesopotamia, hubo líneas que no se cruzaron.

Sobre la más pequeña de las dos antiguas colinas de Nínive había un sepulcro que los oriundos llamaban Nebi Yunus. Decían que era el lugar de enterramiento del Profeta Jonás. Durante siglos, había sido un lugar de oración y peregrinación para las gentes de Mosul, cristianos y musulmanes por igual. Layard y Rassam sabían que se alzaba sobre un palacio real asirio. Pero era un lugar sagrado, y no podía ser molestado.

Descubriendo Asiria
                                La Tumba del Profeta Jonás antes de ser destruida por EI

Aunque EI no tienes tales escrúpulos. El 24 de Julio de 2014, sus combatientes coparon el sepulcro de Nebi Yunus con explosivos y lo volaron por los aires, enviando una nube de escombros al cielo sobre Mosul.

Los saqueadores que trabajaban para EI empezaron a excavar las ruinas bajo el sepulcro demolido. Según Qais Hussein Rashid, Vice Ministro de Turismo y Antigüedades de Irak, las obras de arte allí contenidas ya han pasado de contrabando a manos de particulares en Europa.

Cientos son los enclaves antiguos ya en manos de EI. Pero bajo los escombros de Nebi Yunus se encuentra una franja de tierra que los arqueólogos han mantenido intacta – que acoge el palacio del monarca asirio Asarhaddon, y que podría contener algunos de los grandes tesoros artísticos o literarios del Mundo Antiguo.

Con toda probabilidad, nunca lo sabremos.

ALGUNAS ACLARACIONES SOBRE EL CONTEXTO HISTORICO:

  • Duración del Imperio Asirio: Sus inicios se remontan a la segunda mitad del III Milenio [tras la caída de la III Dinastía de Ur, al escindirse del Sur de Mesopotamia] hasta el año 612 a.C, coincidiendo con la toma de Nínive.
  • Cronología: Imperio Antiguo o Época Paleoasiria [1813 – 1393 a.C.]; Imperio Medio o Época Mesoasiria [1392 – 1077 a.C.]; Imperio Nuevo Asirio [911 – 609 a.C.]
  • Población: Nómadas semitas, establecidos en la ciudad de Ash – sur, Assur, nombre de la capital y del Imperio mismo.
  • Economía: Basada principalmente en el comercio de telas, de metales preciosos, oro y plata, y de otros, como el estaño, siguiendo las grandes rutas caravaneras. Centralizada en los karum, auténticos centros comerciales y administrativos. El más importante, el de Kanesh/ Kultepe, establecido en Capadocia, en la actual Turquía.
  • Sargón II [721 – 705]: Con él se inicia la llamada Dinastía de los Sargónidas. Uno de los reyes más prestigiosos del Antiguo Oriente, que si bien no fundó el Imperio Asirio, si lo configuró definitivamente, afianzando su poder.
  • Asarhadón [680 – 669]: Predecesor de Asurbanipal II.
  • Asurbanipal II [668 – 627]: Último rey de Asiria. Tras su muerte, habiendo dejado la cuestión sucesoria sin resolver, se precipitaría el final del Imperio.
  • Tempti Khumma [664653 ]: Rey de Elam, abatido y decapitado tras su derrota en la Batalla del Rio Ulai frente a las tropas de Asurbanipal, que invaden su territorio.
  • Fin del Imperio Asirio: Se produce en el año 612 a.C., con la conquista de Nínive, y tras quince años de luchas intestinas, entre sus dos herederos, y exteriores. Arruinado, el país fue incapaz de contener el avance de medos y caldeos, con Nabopalasar al frente.

 

BIBLIOGRAFIA Y ENLACES WEB:

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