Bajo un Manto de Ceniza: Pompeya, la Ciudad Sepultada por el Volcán

Pompeya
                                                      Vista aérea de la ciudad

Retrocedemos hoy hasta el año 79 de nuestra Era, al día 24 de Agosto, cuando la muerte se cernió sobre Pompeya y las poblaciones cercanas. La erupción del volcán Vesubio, como parte de una Naturaleza que creemos dominar y para quien no somos más que títeres inconscientes de sus propias limitaciones, sesgó casi de un plumazo la vida de sus habitantes. La emblemática ciudad fue sepultada por la lava y la ceniza. Tras un breve repaso de los acontecimientos, os propongo un corto de animación muy interesante, “A Day in Pompeii”, creado por la compañia Zero One Animation, en colaboración con el Museo Victoria, ambos con sede en Australia. 

Pompeya
                                Plinio el Joven

“Podías oir los chillidos de las mujeres, el llanto de los niños y los gritos de los varones; unos, llamaban a sus hijos, otros, a sus padres, ellas, a sus esposos, llegando a reconocerse por las voces replicantes; unos se lamentaban de su destino, otros del de su familia; había quienes deseaban morir, pese al temor a la muerte; quienes alzaban sus brazos al cielo; pero la mayoría de ellos se convenció de que en absoluto había dioses, y de que la noche eterna de la que habían oído hablar se había cernido sobre el mundo”.

Cayo Plinio Cecilio Segundo, abogado, escritor y científico romano, más conocido como Plinio el Joven [61-112 d.C.], sobre el pánico y la conmoción que se apoderaron de los habitantes de Pompeya

Pompeya
                                          Alcance de la erupción del Vesubio

Aquélla mañana del 24 de Agosto del año 79 de nuestra Era se presumía como otra cualquiera en las ciudades de Pompeya y Herculano. Cierto era que en los años precedentes se habían sucedido una serie de movimientos sísmicos, como el gran terremoto del año 62, de cuyas consecuencias estas urbes todavía no se habían recuperado del todo. Pero dada la prolongada inactividad de su caldera, nadie presagiaba una erupción inminente del volcán Vesubio, mucho menos aún, de tal magnitud y virulencia. El tiempo se detuvo en Pompeya, y la ciudad y sus habitantes quedaron sepultados para siempre bajo un manto de ceniza, la misma que paradójicamente ha permitido un estado de conservación excepcional hasta nuestros días de los cadáveres, inmuebles y objetos personales.

Pompeya
                                                  Ruinas de Pompeya

Ubicadas en la región romana de Campania, las ciudades de Pompeya y Herculano respondían a un criterio urbanístico estandarizado, idéntico al de muchas otras poblaciones de la época. Se calcula que la extensión de la primera era cuatro veces el tamaño de la segunda. Gracias a un documento censal hallado en Herculano sabemos que ésta acogía a unos 5.000 habitantes, frente a los 15.000 que Pompeya albergaba, unas cifras, al parecer, bastante fiables.

La Toponimia y la Mitología nos dan las claves de por qué fueron bautizadas con esos nombres. Herculano, llamada así en honor de Hércules, un semidios que habría fundado la ciudad, según la leyenda. Pompeya, Pompeii, derivaría probablemente de la raíz itálica pompe, que significa ‘cinco’. Puede que se refiera al surgimiento de la ciudad a partir de una amalgama de cinco grupos poblacionales o asentamientos, una hipótesis que se puede demostrar desde el registro arqueológico, tal y como sugieren los eruditos.

Pompeya
                                                         Fresco sobre mural

Sea como fuere, cierto es que siglos más tarde y en ambas urbes los ciudadanos tendrían acceso a toda una serie de servicios públicos, como baños, teatros, templos y mercados. Residían en viviendas de morfología y tamaño diferentes, desde las casas más lujosas a sencillos bloques de apartamentos, pequeños pisos sobre establecimientos e incluso talleres dormitorio. Esta diversidad se correspondía con la antigüedad de unas ciudades que habían perdurado durante centurias, por lo que muchos edificios, tanto públicos como privados, tenían doscientos y hasta trescientos años.

Pompeya era la de mayor extensión, además de un núcleo comercial con al menos 150 tascas y tabernas, frente a las poco más de 12 que funcionaban en la pequeña ciudad costera de Herculano.

Pompeya
                                                              Cadáveres petrificados

Para la mayoría de los romanos que vivían en el Golfo de Nápoles, al Sur de Italia, el Vesubio era un monte fértil. El hecho de que no hubiese vuelto a entrar en actividad desde el siglo VIII a.C. les había dado una sensación de seguridad que no era tal. Quizás no lo relacionasen, pero los terremotos de gran intensidad que se produjeron en los años 62 y 63, ya de nuestra Era, fueron provocados por el volumen de gases acumulado que intentaba salir por el cono del volcán, sin conseguirlo. Pero en el año 79, la gruesa capa de lava solidificada que hacía de tapadera no pudo resistir más y sucumbió a la presión, y los temblores se dejaron sentir en las zonas limítrofes.

Pompeya
                                                   Restos de un soldado

No siempre ocurre que un acontecimiento histórico sea presenciado por un testigo de excepción, mucho menos, por dos. La erupción del Vesubio fue contemplada, y posteriormente documentada, por el escritor romano Plinio el Joven (61–112 d.C.), desde la casa que su madre habitaba en lo alto del Golfo de Nápoles, en Cabo Miseno, que da nombre a la ciudad homónima de Campania y a su puerto, situados ambos en el extremo occidental de la Península Itálica, bañado por el Mar Tirreno. Escribió Plinio el Joven dos cartas (Plinio el Joven, Cartas: Gayo Plinio a Cornelio Tácito, VI) en las que narró los acontecimientos de aquél fatídico día y sus consecuencias. A una de ellas pertenece la cita con la que hemos empezado el artículo.

Con Marco Agrippa como mano derecha del emperador Augusto, el puerto de Miseno acogería por vez primera en el año 27 a.C. a la flota romana más importante, la Classis Misenensis, que la convertiría en la mayor base naval de la Armada Romana. Tras su cierre, y dada la cercanía de otras ciudades como Nápoles o Pozzuoli, las uillae, las villas romanas, iban a transformar el paisaje de Miseno.

Pompeya
                               Plinio el Viejo

En el año del desastre la flota naval de Miseno estaba a cargo del prefecto Cayo Plinio Segundo, el gran Plinio el Viejo, científico, naturalista, militar y escritor, autor de “Historia Natural”. Al igual que su sobrino, él también avistó la erupción (bautizada en Vulcanología como Erupción Pliniana) desde la bahía. Movido tanto por la curiosidad científica como por el impulso de ayudar y socorrer, Plinio zarpó con sus naves hacia Estabia, Castellammare di Stabia, en la actualidad. Allí encontraría la muerte a la edad de 56 años, presumiblemente por la inhalación de gases de flujo piroclástico que contenían abundante material pulverizado. Por flujo piroclástico, también denominado colada piroclástica, corriente de densidad piroclástica o nube ardiente, entendemos una mezcla de gases volcánicos calientes que atrapan el aire y lo transportan junto con materiales sólidos a alta temperatura. El flujo se desplaza a nivel del suelo a una velocidad variable, que oscila entre los 10 y los 200 km/h, y es producto de ciertas erupciones volcánicas. Por su velocidad de desplazamiento y por las altas temperaturas que llega a alcanzar, puede ser letal. Su inhalación y posterior solidificación en las vías respiratorias fue la causa de la muerte de la mayor parte de la población humana y animal de Pompeya. La ciudad sucumbió al desastre natural, y con ella, todo vestigio de vida y de actividad.

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