Bárbaros y Romanos en Hispania, 400 – 507 A.D. Recensión (I)

“… Ha caído la noche y los bárbaros no han venido… Y entonces ahora, ¿qué va a pasar con nosotros sin los bárbaros? Al menos esa gente era una cierta solución”

Cavafis, “Esperando a los Bárbaros”

Bárbaros y Romanos en Hispania [400 – 507 A.D.]” es una obra del Profesor Javier Arce Martínez publicada por vez primera en el año 2015 por la editorial Marcial Pons Historia. A lo largo de sus más de trescientas páginas, el autor hace un exhaustivo recorrido por un siglo tan determinante para la Historia de España como lo fue el siglo V d.C. 

Javier Arce Martínez (1945) es un historiador y arqueólogo español muy reconocido en el entorno académico, tanto nacional como internacional. Ejerce su tarea docente e investigadora en instituciones tan prestigiosas como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), donde trabaja como Profesor de Investigación, habiendo dirigido la Escuela Española de Historia y Arqueología a él adscrita en Roma, y la Universidad de Lille, en Francia, donde imparte sus enseñanzas como Profesor de Arqueología Romana. Así mismo, ha coordinado junto con I. Wood y E. Chrysos el programa científico de la European Science Foundation “The Transformation of the Roman World”. Colaborador en numerosas publicaciones, es autor de una veintena de obras entre las que destacan “Funus Imperatorum: Los Funerales de los Emperadores Romanos” (1990), “El último Siglo de la Hispania Romana” (2009), “Esperando a los Árabes: Los Visigodos en Hispania (507-711)” (2013) o ésta que nos ocupa, motivo del presente trabajo, “Bárbaros y Romanos en Hispania 400-507 A.D” (2007).
En la fotografía, le vemos dando una conferencia en la sede de la Diputación de Valladolid.

El siglo V en Hispania viene marcado por dos hechos fundamentales, la ausencia de documentación y la presencia, desde el año 409, de una serie pueblos denominados “bárbaros” que van a establecerse en el territorio que romanos e hispanorromanos habían ocupado durante seiscientos años. La fuente de inspiración para la visión personal del Profesor Arce es el poema de Cavafis “Esperando a los Bárbaros”. Los romanos necesitaban a los bárbaros como garantía del sostenimiento de su economía: agricultura, ejército y fronteras, y contribución fiscal dependían de ellos. En la Península Ibérica no se ansiaba su presencia, pero, tampoco se produjo una situación de rechazo. Es innegable que su llegada contribuyó a dinamizar la sociedad hispanorromana, con ayuda del cristianismo, ortodoxo o herético. Hasta la venida de los musulmanes a territorio hispano, tres siglos habrían de transcurrir, el siglo V, de transición, el VI, de dominio visigodo, y el siglo VII, de esplendor y posteriores decadencia y desmoronamiento.

Bárbaros y Romanos
                                         Obispo Hidacio

Para el obispo Hidacio (o Hydacio), el siglo V no pudo haber comenzado de peor manera. Como refleja en su “Chronica”, el eclipse de sol acontecida en la Gallaecia del año 401 no era sino un mal augurio, una señal admonitoria a la que otras seguirían, preámbulo de una nueva época regida por el caos absoluto. Suevos, vándalos y alanos eran ingressi Hispanias, pueblos que habían entrado en territorio peninsular. Su presencia y la propagación de la epidemia de peste pronto les identificaría con los Cuatro Jinetes del Apocalipsis: Hambre, Guerra, Bestias Feroces y Peste. Hidacio recurre al sensacionalismo exacerbado a fin de dar una imagen apocalíptica de una invasión, la bárbara, sobre la que el resto de crónicas de la época demuestra muy poco interés. El contexto histórico de Hidacio nunca trascendió la Gallaecia. Un problema sobre el que la Arqueología poca luz puede arrojar, dada la dejación con que se aproxima al modus vivendi romano. En cualquier caso, el análisis en profundidad de los hechos no desvela, ni mucho menos un panorama tan desolador como el descrito por este obispo.

El fin de la Hispania romana tiene su germen en la usurpación protagonizada por Constantino III en Britannia. En la vecina Gallia, suevos, vándalos y alanos ya deambulaban por su territorio, tras haber cruzado el Rin en 406. Constantino III era un personaje irrelevante, portador, eso sí, de un nombre glorioso, única razón de su proclamación. Si bien no estuvo exenta de cierta resistencia, Hispania acabaría por unirse a las huestes del usurpador en su lucha contra Honorio y Teodosio. Los movimientos de tropas fueron recurrentes, buena parte de ellas eran de carácter privado, propiedad del señor de la villa, y las luchas de poder, entre Gerontius (o Geroncio), Constante, Constantino III y Teodosio, continuas.

La primera pregunta que tendríamos que plantearnos es ¿por qué los bárbaros entraron en Hispania? Diversos autores, Olympiodoro, Salviano de Marsella, Zósimo, han tratado de darle respuesta, unos, desde posiciones más realistas; el resto, desde postulados más providencialistas. La explicación más plausible sería la de un pacto con Geroncio y en contra de Constantino III por el cual los bárbaros habrían cruzado los Pirineos en octubre de 409 y habrían sido nombrados foederati de aquél al año siguiente. Geroncio se subleva en Hispania, en la Gallia y en Britannia se alzan contra Constantino III, también. Máximo es nombrado emperador por Geroncio. Establecerá su corte en Tarraco y ordenará acuñar moneda en Barcino. Usurpador a la vez que restaurador (restitutor), y salvador de la República, no deja de ser un hombre de paja de en manos de Geroncio, uno de sus clientes hispánicos, aunque las fuentes apenas se refieren a su relación.

Bárbaros y Romanos
                               Constantino III y la Numismática

Nunca había habido usurpadores en Hispania, salvo por Cornelius Priscianus en 145 d.C. La de Máximo era una doble usurpación, contra Constantino III y contra Honorio, si bien éste pronto se percató que era una manera conveniente de debilitar a aquél. Poco sabemos de sus actuaciones políticas, salvo el acuerdo alcanzado con suevos, vándalos y alanos en 411. Emitió moneda de estilo imperial, no solidi, pues no había oro para tal fin. Es posible que quisiera dominar la Gallia. Sea como fuere, Geroncio tenía vía libre para acabar con sus rivales. Constantino III y Juliano, su hijo, serían ajusticiados, para que sirviera de escarnio a los que osaran usurpar, en clara alusión a Máximo. Acabaría sus días exiliado, viviendo entre los bárbaros con los que había pactado. Los mismos que errarán por la Península Ibérica, sobreviviendo gracias al pillaje y saqueo que Hidacio magnifica en su “Chronica”. Personalizaron el sistema impositivo romano en la figura del tyrannus exactor, el recaudador de impuestos, que ejercieron en las urbes, no así en el fundus. En lo que a fiscalidad se refiere, bárbaros y romanos venían a representar lo mismo. Unos bárbaros protegían a los hispanorromanos de otros. Finalmente, cambiarán la espada por el arado, gracias a la autoridad romana bajo Máximo. Como Salviano de Marsella afirma en sus escritos, “los hispanorromanos prefieren vivir bajo los bárbaros que bajo el injusto yugo al que los romanos les someten”, que afectaba tanto a nobles como a pobres. El sistema romano perduró mediante un modelo de convivencia en unos territorios que la Diplomacia y los ejércitos de Honorio intentarían recuperar.

Llegados a la cuestión territorial, surgen ciertas dudas. Si hacemos caso a Hidacio, los vándalos asdingos se habrían establecido en Gallaecia Occidental. Los suevos, en su franja oriental. En la Carthaginense y Lusitania, los alanos. Los vándalos silingios, en la Bética. Todos ellos comandados por su respectivo rey, Genderico, Hermerico, Addax y Fredbal, respectivamente. ¿Qué sucedió con las tres provincias restantes? Lo más factible es que la Tarraconense, la Balear y la Mauritana Tingitana hubiesen quedado en manos romanas. El reparto fue desigual porque el número de bárbaros era tan escaso como el conocimiento del territorio que pretendían manejar.

Ataúlfo fue el primer rey visigodo establecido en Hispania. Cuñado de Alarico, sirvió como mercenario a Honorio contra los usurpadores y él y los suyos fueron recompensados con la hospitalitas en Burdigalia (Burdeos). Pero el desabastecimiento que sufrieron le llevaría a levantarse contra el emperador. Al igual que hiciera Geroncio con Máximo, Ataúlfo encontró en Attalo a su hombre de paja. Pero el bloqueo desde Rávena no cesaba y Ataúlfo, con el respaldo de la aristocracia galorromana, se desposó en 414 en Narbona con Gala Placidia, hermana del emperador, secuestrada por Alarico.

Bárbaros y Romanos
                                                                    Gala Placidia

Placidia representaba la dinastía teodosiana. En virtud de su matrimonio, Ataúlfo emparentaba directamente con la casa imperial a la que había jurado defender. Consciente de que un Estado necesitaba leyes, conservó el corpus legis romano. Presionado por Constancio, Ataúlfo se dirigió a Barcino, en donde su hijo con Placidia moriría. Allí sería él asesinado en 415. Puede que la corte goda no aprobase su política pro romana. Antes de morir, pidió a su hermano que devolviera a Placidia y que conservase la amistad con Roma.

Por orden de Sigerico, el nuevo rey coronado ese mismo año, todos los sucesores de Ataúlfo fueron asesinados. Pero su reinado fue efímero. Tras haber humillado públicamente a Placidia, haciéndola desfilar, junto con otros prisioneros, delante de su montura, Sigerico fue asesinado y sustituido por Valia. Attalo hubo de exiliarse en Lípari. Valia optó por cruzar el Mediterráneo para alcanzar África, el granero de Roma, dada la situación de escasez que su gente sufría. Fracasó, y hubo de firmar la paz con Roma en 416, y comprar trigo a los vándalos a precios desorbitados. Finalmente, el grano prometido llegaría y, a cambio, Valia y sus huestes emprenderían campañas contra suevos, vándalos y alanos. Constancio les proporcionó tierras con carácter definitivo. En 418, les permitió asentarse en Aquitania, al otro lado de los Pirineos. Tras la muerte de Valia, los godos se asentarán de nuevo en Hispania a finales de siglo.

En 418, Honorio envía una carta, de enigmático contenido, a sus tropas acantonadas en Pompaelo (Pamplona). Una petición, al parecer, a la milicia de la ciudad. La misiva constituye un ejemplo de sacrae litterae imperial, y va dirigida a todos los soldados, con menciones especiales. El emperador les promete equiparar su salario al de otras tropas, como las de la Gallia. ¿Razones? Desde 407, Honorio iba de fracaso en fracaso, Gallia, Britannia, Hispania, en todas ellas habían surgido usurpadores. Habiéndose deshecho de Geroncio y de Constantino III, aspiraba a recuperar el conjunto de la diócesis. Las victorias de Valia sobre suevos, vándalos y alanos merecían una recompensa especial, como las tierras en Aquitania.

Bárbaros y Romanos
El Emperador Bizantino Honorio, de Jean Paul Laurens (1880)

Su segundo intento de usurpación le costaría la vida a Máximo. Los bárbaros deseaban integrarse en el modelo romano. Constancio es designado emperador por Honorio en 421 y recuperará la diócesis casi en su totalidad. Desde Pompaelo, las tropas leales al emperador, que habían venido especialmente para la ocasión, le ayudaron a derrotar a Máximo, motivo de su agradecimiento hacia ellas.

Vándalos asdingos y silingos cruzaron los Pirineos en 409 hacia Hispania. Habían compartido territorio en la Gallia con suevos y alanos, unas veces con Roma o apoyando revueltas en otras. Unidos, alcanzaron la Península Ibérica. Según Plinio, Tácito y otros autores, los silingos provenían de la actual República Checa. Los asdingos, de la Dacia romana, en la actual Rumanía. De éstos fue Visimar su primer rey, que estableció mayores contactos con Roma que con los silingos. Eran nómadas, se enrolaban en las tropas romanas como mercenarios. Se desplazaron hacia Occidente en busca de tierras y sustento. A estos grupos se les permitió cruzar los Pirineos para que apoyaran a Geroncio contra Constantino III. Lo hicieron con sus familias y convenientemente aculturizados por Roma, incluso sus necrópolis emulaban las de los romanos.

La división territorial llegaría después. Suevos, vándalos y alanos eran súbditos del usurpador Máximo. La superioridad de los alanos sobre vándalos asdingos y suevos se hizo patente. Las provincias que ocupaban, Lusitana, Carthaginense, Bética y Gallaecia, eran las más ricas y productivas, trigo y aceite, claros objetivos para los romanos desde 417. Enviaron a Valia para su recuperación, aniquilando a silingos, y a alanos en Lusitania. Los supervivientes de estos últimos quedaron bajo protección de Gunderico, rey de vándalos y alanos. Así, las provincias Lusitana, Carthaginense y Bética se vieron desprovistas de bárbaros. Los que escaparon se establecerían en la Gallaecia.

Tras haber conseguido estas victorias, el ejército de Valia regresó a Aquitania. Gallaecia quedaba abandonada a su suerte. El conflicto entre bárbaros no tardaría en estallar. Los romanos, comandados por Astirius, se pusieron de parte de los suevos. Decidido a acabar con los vándalos, Honorio envió un magister millitum, que salió derrotado, según Hidacio, por la deserción del contingente godo. Desde ese momento, los vándalos pondrán en marcha una política de expansión que los llevará a las Baleares, continuando hacia Carthago Spartaria, Hispalis y la provincia Tingitana, una sucesión de tentativas y actos de saqueo y pillaje más que una serie de conquistas como tales.

Romanos y Bárbaros
Los vándalos de Genserico en el Saqueo de Roma, de Heinrich Leutemann (~1870)

En 428, Gunderico ocupa Hispalis y profana su iglesia. El suevo Heremegario hará lo propio en Santa Eulalia de Mérida. A Gunderico le sucede Genserico, su hermano. Pese a la fertilidad de la Bética, puso rumbo a África en 429, una región con los mismos recursos y, en aparencia, más segura. Lo hicieron confiscando todas las embarcaciones que encontraron. Allí, gracias al comes Africae Bonifacio, no se les opuso resistencia, pero, desde la Península, las tropas suevas de Hemeregario les pisaban los talones.

Para los romanos, los vándalos eran un peligro, tanto por tierra como por mar. Eran de confesión católica, hasta que Genserico abrazó el arrianismo, todo un apóstata, según Hidacio. Dado su número, no pudieron ejercer un control total del territorio, pese a las armas, necesitaban las leyes romanas, estaban condenados a entenderse. En otros órdenes, edificaciones, armas, vestimenta, cerámica, la Arqueología si ha detectado diferencias. El vandalismo que se les achaca no fue tal, respetaron las estructuras existentes en su propio beneficio. Su impronta cultural resultó escasa, más bien, se marcharon como habían venido, al servicio de Roma.

Los alanos tuvieron un papel muy poco relevante. Isidoro de Sevilla no los menciona en su “Historia Gothorum et Suevorum”. Eran un pueblo estepario, de origen iranio, no germánico, de religión pagana y dedicados al nomadismo pastoril. Se pusieron al servicio de Teodosio y de otros emperadores romanos a los que se habían unido en 407 con su rey Goar en la Gallia. Bajo otro monarca, Rependial, alcanzan Hispania en 409. Ayudaron a Ataúlfo y a Máximo y, tras el reparto provincial, se hicieron con la Lusitana y la Carthaginense. Addax era su rey en Hispania. Pese a su superioridad sobre el resto de pueblos, fueron barridos por el ejército de Valia. Los que sobrevivieron quedaron bajo la protección de Gunderico hasta que éste cruzó el mar hacia África. No se ha encontrado huellas de los alanos en Hispania, salvo trazas toponímicas y arqueológicas en Gallaecia. Crónicas de destrucción alana, tampoco. Este pueblo se cohesionaba en torno a su rey, cuya sucesión era una cuestión de capacidad, no de linaje.

Romanos y Bárbaros
                                Pueblos bárbaros en Hispania a inicios del siglo V

A los suevos, artífices de la “infellix Gallaecia”, según Hidacio, les reprocha éste su incumplimiento de los pactos que habían sellado con godos y romanos. Constituían el pueblo menos numeroso, pero, perduraron más que el resto, hasta el siglo VI, cuando fueron aniquilados por Leovigildo. De origen germánico centroeuropeo, acabarían por dedicarse a la agricultura y sedentarizarse. Tras el reparto provincial del año 411 se quedan con la Gallaecia. Su territorio tenía salida al mar, hacia Lusitania, lo que lo hacía muy apetecible para los vándalos de Gunderico quien, en 419, intentó bloquear a los suevos de Hermerico en los montes Erbassios. Los romanos apostaron por ellos y los vándalos volvieron a la Bética, lo que permitió a los suevos moverse libremente por toda Gallaecia hasta Asturica, protagonizando razzias hacia Lusitania, Carthaginense y Tarraconense. Unas operaciones de saqueo que también desplegaron en la propia Gallaecia, prueba de que no la dominaron en su totalidad. Se establecieron en Bracara, prácticamente, y en Lucus (Lugo) y en Asturica. Rechila, su rey, lo intentó en Emerita.

Conscientes de su necesidad de integración en la sociedad hispanorromana, los suevos tomaron rehenes de clase alta para negociar acuerdos. La epigrafía sueva, como ocurre con el resto de pueblos, aparece en África, no en Gallaecia. Vivían de la razzia y de la negociación, en torno a su rey. En el caso de Hispania, el primero fue Hermerico, a quien sucede Rechila, y a éste, Rechiario, no sin cierta oposición, quizás, por ser hijo ilegítimo. Una monarquía, pues, de carácter hereditario. Rechiario casará con la hija del rey godo Teodorico I, emprenderá campañas en Gallaecia y consolidará el reino suevo. En Bracara, su capital, ordenará emitir moneda, siliquae de plata, lo que le ponía a la altura del emperador. El romano Avitus y el godo Teodorico II iniciaron una campaña contra él y acabaron con su linaje. Surgieron dos reyes suevos, Maldras y Framtame, que actuaban con independencia, una debilidad que los godos supieron aprovechar. Fueron asesinados y la disputa por el trono provocó luchas fraticidas protagonizadas por Frumario y Rechismundo. Los suevos se regían por la lex romana, intercambiaban embajadas, verdaderos centros de negociación, una seña de identidad propia de la cultura y del refinamiento que caracterizaban al mundo romano. Pese a los acontecimientos que Hidacio narra en su “Chronica”, el suevo es el primer rey bárbaro convertido al catolicismo y en emitir moneda.

Máximo, probable autor de “Chronica Caesaragustana” (s.VI), obispo de esa ciudad, separa dos momentos clave, el de la entrada de los visigodos en Hispania y el de su establecimiento, entre los cuales la resistencia que los locales mostraron fue notoria. Dados sus conflictos en la Gallia con romanos, francos y burgundios, los visigodos buscaban la fundación de un reino independiente, y lo consiguieron en la Península Ibérica. Constancio los utilizó para derrotar a los otros pueblos bárbaros, recompensándolos sólo con su establecimiento en Aquitania. Numerosas eran las razones estratégicas para ello. Pero las derrotas estaban por llegar. En 422, los vándalos vencen a Astirius, por la defección del contigente godo, pasándose al bando alano.

Los episodios de los años 431 y 446, protagonizados por Vetto y Vitus, respectivamente, prueban el interés godo por Hispania. En 456, el godo Teodorico infringe a los suevos una tremenda derrota. Tras el apresamiento de Rechiario, los suevos nombran rey a Maldras. Teodorico pretendía conquistar Lusitania, así, se instaló en Emerita, su capital. Pero la muerte de Avitus le hizo volver a la Gallia. De camino, parte de sus tropas saqueó Asturica y ciertas localidades palentinas y leonesas. Teodorico envió al dux Cyrila a la Bética en 458, año que autores como Thompson consideran el comienzo de la presencia goda en esa provincia hasta la invasión islámica del 711. Sin embargo, la presencia goda fue, más bien, una presencia militar itinerante. Desde 466, ya con Eurico, se produce la progresiva ocupación de Hispania, empezando por la Tarraconense, bastión romano. Eurico asesinó a Teodorico, morbus gothorum. Habría que esperar al año 497 para hablar de la entrada triunfal de las tropas y del pueblo godos, ya bajo Alarico II, según el obispo Máximo. En 585, Leovigildo acabaría de una vez por todas con el reino suevo.

Los godos practicaron el arrianismo hasta que Recaredo consiguió su conversión tras el III Concilio de Toledo. La presencia goda se hizo patente en el entorno urbano, sobre todo, que aprovecharon y reutilizaron convenientemente, imitando el modelo romano. Así queda atestiguado en los establecimientos de Teodorico, Ataúlfo y Leovigildo en Emerita, Barcino y Toletum (Toledo), respectivamente.

 

Galería de imágenes:

Fernando Díaz Villanueva

Diputación de Valladolid

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