- Creo que conoce muy bien esta imagen
- Si.– Apreté con fuerza mi vela- ¿Imprimió usted el libro? ¿Cuántos existen?
- Mis monjes imprimieron algunos, y yo he continuado su obra– me dijo en voz baja, mientras contemplaba la xilografía-. Casi he cumplido mi ambición de imprimir mil cuatrocientos cincuenta y tres ejemplares, pero poco a poco, para tener tiempo de distribuirlos en el curso de mis desplazamientos ¿Le dice algo ese número?
- Si– contesté al cabo de un momento-. Es el año de la caída de Constantinopla
- Imaginaba que se daría cuenta– me dijo con una amarga sonrisa-. Es la peor fecha de la Historia
- A mí me parece que hay muchas más que se disputan ese honor– dije, pero él estaba negando con la gran cabeza que se alzaba sobre sus grandes hombros
- No– dijo. Levantó la vela, y a su luz vi que sus ojos brillaban, rojos en las profundidades de sus cuencas como los de un lobo, llenos de odio
La conversación mantenida entre el Profesor Bartholomew Rossi y el Príncipe Vlad Tepes de Valaquia, en la obra de ficción ‘La Historiadora’, de la escritora norteamericana Elizabeth Kostova, es uno de tantos ejemplos de hasta qué punto, el sitio y caída de la capital del Imperio Bizantino sigue siendo uno de los referentes históricos a los que se recurre con más frecuencia, para deleite tanto de aquellos que se acercan a la Historia como materia de estudio, como para los que solo pretenden disfrutar de un buen relato de ficción de base histórica bien documentada, o incluso ambos.
La historia de la caída de Constantinopla en 1453 es la historia de la desidia, de la cobardía de un pueblo, de la dejación de su clase dirigente, y de la obstinación del invasor, que hizo estremecer a Occidente, cuya victoria iniciaría una serie de conquistas de mayores proporciones en los años siguientes. Serbia sucumbe en 1459, dos años después, le sigue Trebisonda [que más que una derrota militar, implicaría el final del Helenismo], en una expansión incontenible con la que se apoderaría del Peloponeso, Bosnia y Herzegovina, Albania, el puerto italiano de Otranto en 1480, Egipto y Siria en 1517, haciéndose con el control del Mediterráneo Oriental.
Cuatro años antes, cuando Constantino XI sucede en el trono a su hermano Juan VI a la muerte de éste, los territorios que la franja oriental del Imperio ocupaba, habían quedado prácticamente reducidos a la ciudad y sus murallas.
La pasividad de Juan y el servilismo del clero y de la aristocracia no eran menos indignantes que la actitud del pueblo llano. En su obra ‘Constantino, el Último Emperador de los Griegos’, Chedomil Mijatovich escribe al respecto que “la nación se había convertido en una masa inerte sin iniciativa ni voluntad”.
Todo el esfuerzo empleado por parte de Roma para unir en una a las Iglesias Latina y Griega, separadas desde el siglo V pero que llegan a un punto álgido de enfrentamiento en 1073, cuando el Papa Gregorio VII escribe una misiva a Ebouly de Rossi en la que declara “preferir estar sometido al dominio del Islam que gobernado por cristianos que rehúsan conocer los derechos de la Iglesia Católica”, descuidó la cuestión estratégica, que el invasor turco supo aprovechar. La respuesta a la pregunta hasta qué punto el cisma religioso pudo ser determinante, la encontramos en las palabras del historiador Ducas, que, durante el sitio a la ciudad, exclamó: “Incluso aunque hubiera descendido del Cielo un ángel, declarando que la salvaría de los turcos con tal que el pueblo se uniese a la Iglesia de Roma, los griegos habrían rehusado el favor”.
La desestructuración estatal, la pérdida de territorio, y el deterioro de las relaciones sociales, hicieron el resto, abocando a Constantinopla a su inevitable final en 1453.
Los antecedentes
Ante el avance otomano y mongol, el Emperador Manuel II, venía solicitando ayuda, en vano, desde principios de 1400, petición que se desatendió por razón del Cisma entre ambas Iglesias y por estar Europa Occidental enfrascada en la Guerra de los Cien Años, que consumió grandes recursos y numerosísimos efectivos militares.
El mongol Tamerlán, hace levantar a Bayaceto el cerco sobre Bizancio, con quien su sucesor, Mehmet I firmará la tregua que, posteriormente, Murad II dará por finalizada, atacando sin éxito Constantinopla, pero anexionándose Tesalónica. Corría el año 1430, por entonces, el Imperio Bizantino se circunscribía casi en su totalidad a Constantinopla, su capital.
De las negociaciones con Roma, surge el Concilio de Basilea, que se inicia en 1431, por el que se propaga la unidad de los cristianos, al tiempo que Occidente aboga abiertamente por una última cruzada, que tardaría demasiado tiempo en gestarse, al frente de la cual se posicionaría el Cardenal Cesarini, con el apoyo de Ladislao III de Polonia, y de los príncipes Juan Corvino de Hungría y Vlad de Valaquia, de la Orden del Dragón, que fue derrotado en la Batalla de Varna en 1444, incapaz de frenar al poderoso ejército Jenízaro, fuerzas de choque constituidas por soldados de élite, que venía utilizando artillería y armas de fuego. Reclutados en provincias cristianas, a la fuerza, con edades comprendidas entre 7 y 12 años, siempre aquéllos más fuertes e inteligentes, y por la fuerza, convertidos al Islam, bajo severa disciplina e importantes privaciones, monjes guerreros a los que se les negaba el matrimonio, comerciar, hacer acopio de dinero o riquezas, solo recibían una compensación económica y ya en edad avanzada.
Bashi bazouks – turcos escasamente pertrechados y cristianos renegados – y la leva provincial – efectivos reclutados en Anatolia – constituían un grueso, más interesados en el pillaje, y cuya organización y disciplina dejaban bastante que desear.
Pese a tener que hacer frente a la rebelión ortodoxa, que, ajena a lo que se le venía encima, seguía negándose a aceptar la unión con la Iglesia de Roma, la unidad de los cristianos propugnada por el Concilio de Basilea, fue proclamada por Constantino el 12 de Diciembre de 1452 en la Basílica de Santa Sofía.
Ese mismo día, el Gran Duque Lucas Notaras afirmó tajantemente: “Vale más ver en la ciudad el poderío del turbante turco que el de la tiara latina”.
Mehmet II
Hijo de Murad II, de madre albanesa, esclava de condición, es nombrado sultán en 1451 a la muerte de su padre. Tiene 21 años. Es suspicaz, cruel, apodado Hukar – bebedor de sangre – fascinado por la figura de Vlad de Valaquia, de quien, tras conocer que ha empalado a miles de prisioneros turcos – Mehmet no acepta el fracaso, los responsables han de ser ajusticiados, nada importa si se trata de sus propios súbditos -, llega a decir “es imposible echar de su país a un príncipe capaz de tan grandes actos”. Fascinado por la Filosofía, la Teología y la Astronomia, mecenas de la Poesía y del Arte persas. Escribe y habla griego, árabe, caldeo y persa, eslavonio, muy probablemente. Inteligencia y sadismo, dos caras de una misma moneda.
Más partidario de la fuerza bruta y de la superioridad numérica que de la táctica, estadista receloso y aislado, el primero en utilizar el poder de la artillería, obsesionado, desde muy joven, con la idea de conquistar Constantinopla. Su modelos a seguir, Alejandro, Julio César y Constantino, entre otros, cuyas vidas estudiaría con dedicación.
El asalto
Pero ya era demasiado tarde. El ejército de Mehmet II caería sobre la ciudad seis meses después, el 29 de Mayo de 1453, que pasaría a llamarse Estambul, en una carrera imparable – de la que Occidente no tomaría conciencia hasta 1517, cuando los otomanos se abren paso hacia Egipto – y en la que se harían con Atenas, Mitra y Trebisonda, certificando de esta manera la muerte del Imperio de Oriente en tan solo ocho años.
Según Phrantzes y fuentes bizantinas, en la madrugada del 28 al 29, Constantino reunió a los suyos en Santa Sofía, generales y pueblo llano, para celebrar el último oficio, una verdadera liturgia de la muerte por un Imperio agonizante. Entre llantos y lamentos, entonaron Kyrie Eleison (Oh, Señor), y al finalizar la ceremonia, Constantino abandonó la ciudad por la Puerta de San Romano en dirección a Occidente.
Constantinopla fue arrasada a sangre y fuego, el ejército invasor, reclutado en su mayor parte por la fuerza, y por la fuerza, la del miedo y la del látigo, enviado a su objetivo, se cernió sobre la ciudad y sus habitantes en una orgía de muerte y destrucción. Cuatro mil personas fueron asesinadas, y unas cincuenta mil, entre hombres, mujeres y niños, fueron convertidos en esclavos de los turcos. La mayor parte de las viviendas fueron saqueadas y las iglesias, despojadas. De los 600.000 volúmenes que su biblioteca atesoraba, se calcula que fueron destruidos o vendidos unos 120.000 ejemplares.
Las consecuencias
Consumada la destrucción, Mehmet ordenó a sus tropas el cese de la violencia y a un imán que consagrara Santa Sofía a Alá, mientras musitaba las palabras de Firdusi: “La tela de araña cuelga de la puerta del palacio del César, y la lechuza monta guardia en la torre de Afrasiab”.
Se divirtió comprando a sus soldados los nobles griegos que habían caído prisioneros, para que los ejecutaran en su presencia, entre ellos, el Gran Duque Notaras, que, quizás hasta ese mismo instante no había sido consciente de lo erróneo de su proceder – “vale más ver en la ciudad el poderío del turbante turco que el de la tiara latina” – y sus dos jóvenes hijos.
Mehmet hizo reconstruir la ciudad, liquidó el sistema feudal y no se inmiscuyó en las costumbres, pero la tolerancia mostrada hacia la Iglesia Ortodoxa nombrando su Patriarca a Jorge Scolario, no hizo sino agudizar más aún la separación entre Oriente y Occidente.
Estableció las bases de la Turquía europea, cuyas conquistas destruyeron todo rastro de civilización, privándola de la autonomía cristiana: las entonces fértiles tierras del antiguo Imperio, se empobrecieron, y se volvieron baldías; la cultura – literatura y arte, sobre todo – y el comercio, desaparecieron por culpa de la brutalidad turca, y la industria cesó, degradándose la moral y la vida familiar.
Y mientras Oriente se hundía, Occidente, gracias a la dispersión de eruditos, a la salvación de una destrucción casi segura de obras clásicas, y al respaldo del “dinero de la mente”, la imprenta, se zambullía de pleno en el Renacimiento.
BIBLIOGRAFIA Y RECURSOS WEB:
- ECHEVARRIA ARSUAGA, Ana, RODRIGUEZ GARCIA, Jose Manuel, “Atlas Histórico de la Edad Media”, Editorial Ramón Areces, Madrid 2013
- DONADO VARA, Julián, ECHEVARRIA ARSUAGA, Ana, BARQUERO GOÑI, Carlos, “La Edad Media II: Siglos XIII-XV”, Editorial Ramón Areces, Madrid 2010
- ROBERTS, J.M., “Historia Universal”, Colección Grandes Obras de la Cultura, RBA Editores, Madrid 2009
- FULLER, J.F.C., “Batallas Decisivas”, Colección Grandes Obras de la Cultura, RBA Editores, Madrid 2009
- www.ancient.eu
- en.wikipedia.org
GALERIA DE IMAGENES:
- geohistoriact.files.wordpress.com
- pinterest.com
- http://m2.paperblog.com/i/253/2531418/costantino-xi-lultimo-re-L-WvE1bT.jpeg
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- https://dued.uap.edu.pe
- aquitailandia.blogspot.com
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- www.librosmaravillosos.com
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