El Principio de Economía del Lenguaje

El pasado día 22 de Enero, el director de la Real Academia Española de la Lengua, Don Santiago Muñoz Machado, afirmó la impecabilidad gramatical de la Constitución Española ante la intención del Gobierno de proceder a “retoques estéticos” del texto mediante el denominado “desdoblamiento de género” y en aras a conseguir que también nuestra Carta Magna refleje ese uso “inclusivo” del lenguaje al que nos quieren someter. Una tendencia que, desde hace unos años, políticos, periodistas e incluso algunos docentes vienen recitando como si de un mantra religioso se tratase. Repite algo hasta la saciedad, que seguro que termina por calar, que diría aquel.

Tal es así que, cada vez con más frecuencia, tenemos que soportar aquello de “los españoles y las españolas”, “los trabajadores y las trabajadoras”, “los diputados y las diputadas”, en vez de “los españoles” – ellas y ellos -, “los trabajadores” – ellas y ellos -, “los diputados” – “ellas y ellos”. Pero, no nos extrañemos de que, en una época en la que la Educación está cada vez más manoseada y desprestigiada, en la que la gran cantidad de información a la que podemos acceder está provocando el efecto contrario, el de una ignorancia y un desconocimiento supinos, pensar que alguien llegue a considerar el Principio de Economía del Lenguaje, si es que acaso lo conoce, sea tan utópico como improbable. ¿Y a qué responde este principio? Simplemente, a la idea de que “menos es más”, a la posibilidad de expresar más conceptos con el menor número de palabras posible. Buscar una intencionalidad de carácter machista en el uso de la susodicha norma responde a concepciones tan pueriles como capciosas. Algo que la propia Academia explica muy bien en este enlace.

Puede que los partidarios de este despropósito lingüístico no hayan reparado en que, más allá de dotarla de ese supuesto carácter inclusivo, su propuesta resulta tan excluyente como divisoria, pues, decir “los trabajadores y las trabajadoras” en vez de “los trabajadores” – todos, ellas y ellos -, hace una distinción innecesaria en cuanto al género morfológico y en lo que a los sexos se refiere. Que las lenguas son algo vivo, que evolucionan con el devenir del tiempo en un proceso en el que se acuña tantas palabras nuevas como otras caen en desuso, es innegable. Pero, al mismo tiempo, las normas gramaticales y las reales academias están ahí para garantizar la pervivencia de las mismas. Que una serie de personajillos, con independencia de su color político o de su trasfondo sociocultural, venga a decirnos y a imponernos su visión particular de cómo hemos de usar nuestra lengua, entre otras cuestiones, responde más al “1984” de Orwell que a la concepción de un Estado que se autodenomina “democrático”.

En este espacio, no nos vamos a prestar a ello, ténganlo ustedes por seguro.

 

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