El Canto de Eurídice

orfeo
                                                      Orfeo tocando la lira

“…Y si tuviese la lengua y el canto de Orfeo para conmover con mis canciones a la hija de Deméter o a su esposo y poder sacarte del Hades, descendería allí, y ni el perro de Plutón, ni Caronte sobre el remo, conductor de almas, podrían retenerme antes de volver a llevar tu vida hacia la luz…”

Admeto sobre Orfeo, en “Alcestis”, de Eurípides, pp. 356 y ss

                           “Orfeo y Eurídice” de Peter Paul Rubens (1577 – 1640)

Mucho antes de la aparición de las fuentes escritas, la tradición oral ya se encargaba de transmitir de generación en generación todo un acervo de vivencias, conocimientos e intentos de explicación de la realidad circundante, del que los mitos, esas narraciones extraordinarias protagonizadas mayormente por dioses y héroes, eran parte fundamental. Del trasfondo de las historias que relataban se podía extraer gran número de enseñanzas. 

El mito de Orfeo y Eurídice, pese a haber recibido, como tantos otros, numerosas interpretaciones, no es más que una aproximación al devenir de nuestra propia existencia, marcada ésta por la dualidad cuerpo alma, a los conceptos de pervivencia y eternidad,  al intento infructuoso de burlar a la muerte, que tarde o temprano a todos nos alcanzará.

Correteando por la hierba huyendo de Aristeo, y en compañía de las náyades, la joven Eurídice, ninfa tracia recién desposada con el poeta Orfeo, sufre la picadura mortal de una serpiente en el talón. Incapaz de superar el dolor de su pérdida, Orfeo desafiará a la muerte para recuperar a su amada, adentrándose lira en mano y por la puerta del Ténaro en la laguna Estigia a fin de alcanzar el Tártaro, el Inframundo, abismo infernal donde los muertos habitan. Postrado ante Perséfone y el Señor del Hades, Orfeo tañe las cuerdas de su lira, de las que extrae una melodía especialmente triste, al tiempo que recita unas palabras, que el poeta Ovidio, en el Libro X de “Metamorfosis”, nos relata así:

«Oh divinidades del mundo que está colocado bajo tierra, al que caemos todos los que somos creados mortales, si es lícito y permitís que, dejando de lado los rodeos de una boca engañosa, diga la verdad, no he bajado aquí para contemplar el oscuro Tártaro ni para encadenar la triple garganta, que tiene culebras por cabellos, del monstruo meduseo; la causa de mi viaje es mi esposa, en la que inoculó su veneno una víbora al ser pisada y le arrebató sus años de crecimiento.

Pues me empeño en poder soportarlo y no diré que no lo he intentado: ha vencido el Amor. Este es un bien conocido en las regiones de arriba; dudo si también lo es aquí. Pero con todo conjeturo que aquí también lo es y, si no es inventado el rumor de un antiguo rapto, a vosotros también os unió el Amor.

¡Por estos lugares llenos de temor, por este enorme Caos y el silencio del extenso reino, os pido, tejed de nuevo el apresurado destino de Eurídice! Todas las cosas son debidas a vosotros y, demorándonos un poquito, más tarde o más pronto nos apresuramos a una única sede. Hacia aquí nos dirigimos todos, esta es la última morada, y vosotros gobernáis los más amplios reinos del género humano.

También ella, cuando en su madurez haya vivido los años que le correspondan, estará bajo vuestra jurisdicción; como un regalo os pido su disfrute. Pues si los hados niegan el permiso a mi esposa, tengo la certeza de que no quiero volver: gozad con la muerte de los dos»

Conmovidos todos los presentes, Perséfone y Hades, mostrándose incapaces de desatender la súplica de Orfeo, ordenan llamar a Eurídice. Ambos podrán regresar al mundo de los vivos con la condición de que él no gire su cabeza para mirarla hasta que no hayan abandonado el abismo infernal. De no hacerlo así, la gracia que se les ha concedido quedará sin efecto, y Orfeo volverá a perderla, esta vez, para siempre.

Séneca, en “Hércules Loco”, describe la escena de esta manera:

«Marcha hacia arriba, pero con una ley que yo te impongo: avanza tú detrás, a espaldas de tu hombre; tú, no te vuelvas a mirar a tu esposa hasta que el claro día no te muestre a los dioses y esté ante ti la puerta de Ténaro en Esparta»

Deambulando por las sombras, cerca se encontraban ya de conseguirlo cuando Orfeo, presa de la impaciencia y temeroso de haber sido engañado por los dioses, no puede evitar volver la mirada hacia su amada, que se desploma sin vida, para nunca más regresar de la tierra de los muertos.

Anotaciones:

Bibliografía, webgrafía e imágenes: 

Agradecimiento:

A los chicos de Wind Atlas, por haberme permitido utilizar el tema “Eurydice´s Chant” para este artículo. Visitadles en Wind Atlas Bandcamp, si lo deseáis, su música merece mucho la pena y tienen desde aquí todo nuestro apoyo

                                “Eurydice’s Chant”, de Wind Atlas

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2 comentarios en «El Canto de Eurídice»

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