“¡Contempla este hierro, compañero! Son puntas templadas en sangre y forjadas por el rayo… ¡Con este arpón acabaré con la pesadilla de todos los mares!”
[Ahab al capitán del Pleasure, Moby Dick, capítulo XXV]
Si preguntásemos a los seguidores del género de novela de viajes y aventuras por sus títulos preferidos, la mayoría nos respondería que en una biblioteca que se precie no puede faltar un clásico universal como “Moby Dick“, del escritor norteamericano Herman Melville (1819-1891), una obra en cierto modo autobiográfica y que sólo un autor con una vida tan apasionante como la suya habría sido capaz de acometer.
Nacido en 1819, Herman Melville se crió en el seno de una familia de comerciantes adinerados, que le evitó sufrir las penurias propias de la época hasta los doce años, cuando quedó huérfano de padre, quien no habría de superar la bancarrota de su empresa. No arrugándose ante las dificultades, Melville se lanzó a la vida en la mar. Antes de cumplir los veinticinco, ya había surcado las aguas de ambos hemisferios.
Navegó por los Mares del Norte a bordo de buques balleneros, en los que vivió innumerables peripecias que le permitirían conocer en profundidad la forma de vida de unos hombres en lucha constante con la Naturaleza y, por ende, contra ellos mismos, de quienes hizo un retrato magistral en “Moby Dick”.
Por los Mares del Sur llegó a destinos tan dispares como Taipéi, actual capital de Taiwán, las Islas Marquesas, descubiertas por Álvaro de Mendaña en 1595, bautizándolas como Islas Marquesas de Mendoza, en honor al Virrey de Perú, o Tahití, llevado allí por un ballenero australiano, en donde decidió quedarse a vivir una temporada con los nativos. Es en esta época cuando escribe “Omoo” y “Taipee, Edén Caníbal”, novelas de aventuras que fueron publicadas entre 1846 y 1847.
Pero como todo buen marino, Melville volvió a enrolarse, esta vez en un buque de guerra. Fue testigo del maltrato sufrido por los indígenas en las islas, y por los soldados norteamericanos en los barcos de la armada de Estados Unidos, situaciones que se atrevió a denunciar públicamente en “La Casaca Blanca, o La Vida en un Buque de Guerra” (1850), levantando una gran polvareda, hasta el punto que el Congreso dedicó una sesión a tratar las acusaciones por él vertidas y que condujeron a la abolición de los azotes como medida disciplinaria a bordo.
Ya en su madurez, casó con la hija de un alto magistrado del Tribunal Supremo de Justicia de Massachusetts, con quien tendría cuatro hijos. La familia se trasladó a la finca que había adquirido en Pittsfield, Massachusetts, en donde conoció al también escritor Nathaniel Hawthorne, autor de “La Letra Escarlata” (1850), con quien establecería una gran amistad, dedicándole “Moby Dick”, que sería editada a finales de 1851.
En la conversación mantenida con su editor británico, Herman Melville la describió como una “novela de aventuras basada en ciertas historias increíbles de las lonjas balleneras del Sur”. El 18 de Octubre de 1851 se publicaba en Gran Bretaña “La Ballena”, que se dividía en tres volúmenes, y el 14 de Noviembre aparecía en Estados Unidos “Moby Dick”, como un volumen único.
Retomó sus viajes por Europa durante una temporada y a la vuelta, gracias a la influencia de su suegro, Herman Melville empezó a trabajar en las oficinas aduaneras de Nueva York, al tiempo que colaboraba con la prensa y seguía escribiendo novelas. La muerte de sus dos hijos varones le marcaría para siempre.
Sin embargo, la abigarrada sociedad de la época jamás le perdonaría su carácter anárquico y aventurero. Un incendio en el almacén donde se guardaban destruyó todos los ejemplares de “Moby Dick”. Tras este incidente, el autor renunciaba a su puesto en la administración para embarcarse de nuevo hacia Europa. La vida de Melville, al igual que la de sus personajes, estaba inevitablemente unida al mar.
Como demuestra la inconclusa “Billy Budd, Marinero”, Herman Melville siguió escribiendo hasta el final de sus días, eso si, sin mucha fortuna, y como ha sido el caso de tantos escritores y artistas, su obra empezó a ser reconocida sólo tras su muerte. A finales del siglo XIX surgió en Inglaterra un renacido interés por las obras de Melville, gracias a la popularidad que el género de aventuras en alta mar estaba adquiriendo, no así en Estados Unidos. El primer intento de reivindicación allí llegaría en el centenario de su nacimiento, en 1919, que puso en valor su producción literaria mediante conferencias y numerosos estudios en universidades tan prestigiosas como Yale. En 1945, se fundó la Melville Society, una organizacion sin ánimo de lucro dedicada al estudio de la vida y de la obra de Herman Melville. Entre 1969 y 2003, publicó 125 artículos que son de acceso gratuito a través de su página web. Desde 1999 publica “Leviathan: Revista de Estudios sobre Melville”, que viene editando tres ejemplares al año, publicados por la Editorial Universitaria Johns Hopkins.
Este repaso a su biografía deja patente la impronta autobiográfica que subyace en “Moby Dick”, fruto de la experiencia adquirida en sus largas travesías en embarcaciones balleneras de la época. Pero no fue la de tales vivencias su única fuente de inspiración. Nombres ficticios como Ahab, capitán al mando del Pequod, o este último, que denominaba a una tribu de Massachusetts que en el siglo XVII ocupaba gran parte del territorio de la actual Connecticut, forman parte de una historia que, como sucede en tantas otras ocasiones, si comparte un paralelismo con la realidad, que no es otro que el del Essex, un navío que, como el Pequod, también tenía su base en la Isla de Nantucket, en Massachusetts.
El Essex, capitaneado por George Pollard Jr., fue atacado y hundido en 1820 por un cachalote, en medio del Océano Pacífico. Un año antes, había partido de Nantucket para llevar a efecto una campaña de dos años y medio de duración en el Pacífico Sur. El 20 de Noviembre de ese mismo año, mientras la tripulación se afanaba en dar caza a otros miembros de la manada, un ejemplar de dimensiones poco comunes embistió al Essex en dos ocasiones, haciéndole naufragar a 3.700 km de las costas de América del Sur.
A fin de profundizar en esta historia, os traigo un artículo del portal Smithsonian.com que relata los acontecimientos en los que Melville se basó para dar forma a su novela.
The True-Life Horror that Inspired Moby-Dick:
The whaler Essex was indeed sunk by a whale—and that’s only the beginning
El Auténtico Horror que Inspiró Moby Dick:
El ballenero Essex fue hundido por una ballena – y eso es sólo el principio
By Gilbert King
smithsonian.com
March 1, 2013
Traducido por A.
En Julio de 1852, un novelista de 32 años de edad llamado Herman Melville tenía depositadas sus esperanzas en su nueva novela, “Moby Dick o La Ballena”, a pesar de las opiniones enfrentadas y de unas ventas más bien discretas. Ese mismo mes partió hacia Nantucket, Massachusetts, en un barco de vapor para visitar por primera vez la isla, puerto natal de su mítico protagonista, el Capitán Ahab, y su barco, el Pequod. Como si de un turista se tratase, conoció a las autoridades locales, anduvo de cenas y contempló las imágenes de una localidad que sólo había imaginado previamente.
En su último día en Nantucket, Melville conoció al hombre de 60 años de edad, destruído, que había capitaneado al Essex, el buque atacado y hundido por un cachalote durante un incidente en 1820, inspirador de su novela. El Capitán George Pollard Jr. tenía tan solo 29 años cuando el Essex se fue a pique, y sobrevivió para regresar a Nantucket como capitán de un segundo barco ballenero, el Two Brothers. Pero cuando esa nave naufragó en un arrecife de coral dos años más tarde, el capitán fue tildado de funesto en alta mar – un “Jonás” -, y ningún armador le volvería a confiar una embarcación. Pollard pasó el resto de su vida en tierra, como el sereno de la localidad.
En “Moby Dick”, Melville había mencionado a Pollard de pasada, y sólo en relación con la ballena que había hundido su barco. Si escribió más tarde que, durante su visita, los dos apenas habían “intercambiado unas palabras”. Pero Melville sabía que el sufrimiento de Pollard en mar abierto no había terminado con el hundimiento del Essex, y no iba a ser él quien evocara los horribles recuerdos que el capitán seguramente llevaba consigo. “Para los isleños era un don nadie”, escribió Melville, “para mí, el hombre más impresionante, y sin embargo, honesto del todo – incluso humilde – que me haya encontrado”.
Pollard había contado toda la historia a otros capitanes durante una cena poco después tras su rescate del Essex, y a un misionero llamado George Bennet, para quien el relato era como una confesión. Fue muy triste: noventa y dos días y sus noches sin dormir en alta mar, en un bote que hacía aguas, sin comida, la tripulación enloqueciendo bajo un sol implacable, brotes de canibalismo y el horrible destino de dos adolescentes, incluyendo al primo mayor de Pollard, Owen Coffin. “Pero no puedo contarle más – me estalla la cabeza con los recuerdos”, dijo Pollard al misionero. “Apenas se qué decir”.
Los problemas para el Essex, como Melville supo, comenzaron el 14 de Agosto de 1819, a los dos días de dejar Nantucket para una cacería que se suponía iba a durar dos años y medio. El buque, de 87 pies de eslora, fue azotado por una borrasca que destruyó el juanete y estuvo a punto de hundirlo. Aún así, Pollard siguió adelante, alcanzando Cabo de Hornos cinco semanas más tarde. Pero los veinte hombres de la tripulación se encontraron que las aguas frente a las costas de Sudamérica estaban casi esquilmadas, y decidieron aventurarse en los lejanos caladeros de ballenas del Pacífico Sur, alejados de la costa.
A fin de aprovisonarse, el Essex hizo escala en la Isla de Carlos, en las Galápagos, donde la tripulación se hizo con 60 tortugas de cien libras cada una. Por hacer la gracia, uno de los tripulantes provocó un incendio que se extendió rápidamente por encontrarse en la estación seca. Los hombres de Pollard pudieron escapar a duras penas cruzando las llamas y, un día después de haber retomado el rumbo, aún podían ver el humo procedente de la isla. Pollard estaba furioso y juró vengarse de quien había provocado el incendio, fuese quien fuese. Muchos años después, la Isla de Carlos seguía siendo un erial ennegrecido, y se pensó que el incendio pudo haber causado la extinción de la tortuga y del sinsonte (1) de Isla Floreana (2)
En Noviembre de 1820, tras meses de próspera travesía y a mil millas de distancia de la tierra más cercana, los botes balleneros del Essex habían arponeado ballenas que les arrastraban hacia el horizonte, a lo que la tripulación se refería como los “paseos en trineo de Nantucket”. Owen Chase, el primer oficial, de 23 años de edad, se había quedado a bordo del Essex para hacer algunas reparaciones, mientras Pollard iba de cacería. Fue Chase quien avistó una ballena enorme – de unos 85 pies de longitud, estimó – meciéndose tranquilamente en la distancia, mirando hacia la nave. De repente, tras dos o tres surtidores, el gigante se lanzó directamente hacia el Essex, “viniendo hacia nosotros con gran celeridad”, recordaba Chase – a unos tres nudos.
La ballena impactó de cabeza contra el barco con “una sacudida tan tremenda y espantosa que casi nos tira a todos de boca”. El animal pasó bajo el casco y empezó a dar vueltas en el agua. “Pude ver claramente su sonrisa histriónica, como si la rabia y la furia le divirtieran”, recordaba. Y entonces la ballena desapareció. La tripulación estaba atajando la brecha y poniendo a funcionar las bombas de achique cuando uno de los hombres gritó “Aquí está, viene a por nosotros de nuevo”. Chase divisó a la ballena, su cabeza, medio fuera del agua, nadando a gran velocidad – esta vez, a unos seis nudos, calculó Chase. En ese intento golpeó la proa, justo bajo el mascarón, y desapareció para siempre.
El agua lo inundó todo tan deprisa que lo único que la tripulación pudo hacer fue arriar los botes e intentar echar en ellos instrumentos de navegación, pan, agua, y provisiones antes de que la nave se escorara.
Pollard vio su barco con angustia desde la distancia y regresó para ver al Essex destrozado. Estupefacto, preguntó,
– “Dios santo, Sr. Chase, ¿qué ha sucedido?”
– “Nos ha vapuleado una ballena”, fue la respuesta de su primer oficial.
Otro bote regresó y los hombres permanecieron en silencio, el capitán, pálido y sin habla. Algunos, como Chase apuntó, “no eran conscientes del alcance de la tremenda situación”.
Los hombres eran reticentes a abandonar al sentenciado Essex, que zozobraba lentamente, y Pollard intentó dar con un plan. Eran en total tres botes y veinte hombres. Calcularon que las islas más cercanas eran las Marquesas y las Islas Sociedad, y Pollard quiso poner rumbo a ellas, pero en una de las decisiones más irónicas de la historia de la navegación, Chase y la tripulación le convencieron de que aquéllas estaban plagadas de caníbales y de que la mejor opción para su supervivencia sería navegar hacia el Sur. La distancia hasta tierra sería mucho mayor, pero podrían atrapar los vientos alisios o ser avistados por otro ballenero. Sólo Pollard pareció comprender las implicaciones que supondría alejarse de las islas. Según Nathaniel Philbrick, autor de “En el Corazón del Mar: La Tragedia del Ballenero Essex”, “aunque los rumores de canibalismo persistían, los mercantes llevan visitando las islas sin incidentes”.
De ese modo, abandonaron al Essex, a bordo de sus botes de 20 pies de eslora. Un desafío desde el primer momento. El agua salada empapó el pan, y los hombres empezaron a deshidratarse mientras tomaban su ración diaria. El sol era abrasador. El bote de Pollard fue atacado por una orca. Avistaron tierra, la Isla de Henderson, pero nada había allí. Tras otra semana, empezaron a quedarse sin provisiones. Sin embargo, tres de ellos prefirieron jugársela en tierra a subirse a un bote. Nadie podía culparles. Y además, estiraría las provisiones para los hombres de los botes.
A mediados de Diciembre, tras semanas en alta mar, los botes empezaron a hacer aguas, más ballenas amenazaban a los hombres durante la noche, y hacia Enero, las nimias raciones de comida empezaron a cobrarse bajas. En el bote de Chase, un hombre enloqueció, se puso en pie y exigió una servilleta para la cena y agua, para caer después en las “más horribles y terroríficas convulsiones” antes de fallecer a la mañana siguiente. “Quien tenga humanidad ha de estremecerse ante el espantoso recital de lo que vino a continuación”, escribió Chase. La tripulación “amputó sus miembros del cuerpo, y los deshuesó, tras lo cual, abrimos el cuerpo, extrajimos el corazón y lo volvimos a cerrar – lo cosimos con todo el esmero que pudimos, y al mar se lo confiamos”. Más tarde, asaron sus órganos sobre una piedra plana y se los comieron.
A la semana siguiente, otros tres marineros murieron, y sus cuerpos fueron cocinados y devorados. Uno de los botes desapareció, y entonces, los de Chase y Pollard se perdieron de vista entre ellos. Las raciones de carne humana no duraron mucho y cuanto más comían los supervivientes, más hambrientos se sentían. En ambos botes los hombres estaban tan débiles que no podían ni hablar. Los cuatro del bote de Pollard eran conscientes de que sin más comida morirían. El 6 de Febrero de 1821, nueve semanas después de su adiós al Essex, Charles Ramsdell, un adolescente, propuso echar a suertes quien sería el próximo en ser devorado. Era la costumbre en el mar, que se remontaba, según los registros, a la primera mitad del siglo XVII. Los hombres en el bote de Pollard aceptaron la propuesta de Ramsdell, y le tocó al joven Owen Coffin, el primo mayor del capitán.
Pollard había prometido a la madre del chico que cuidaría de él. “¡Mi chico, mi chico!” , gritaba el capitán, “si no te gusta tu destino, dispararé al primero que te ponga la mano encima”. Pollard incluso se ofreció a sustituirle, pero Coffin ni siquiera lo pensaba. “Me gusta tanto como a los demás”, dijo.
A Ramsdell le tocó disparar a su amigo. Hizo una larga pausa. Después, Coffin sacó la cabeza por la borda y Ramsdell apretó el gatillo. “Le despacharon rápido”, contaba Pollard, “y nada quedó de él”.
Hacia el 18 de Febrero, tras ochenta y nueve días en alta mar, los tres hombres que quedaban en el bote de Chase avistaron una vela en el horizonte. Después de una persecución frenética, se las ingeniaron para dar alcance al navío inglés Indian y fueron rescatados. A trescientas millas de distancia, el bote de Pollard sólo llevaba a su capitán y a Charles Ramsdell. Portaban los huesos de los últimos tripulantes en perecer, que habían triturado en el fondo de la embarcación para poder comerse el tuétano. Conforme los días pasaban, los dos hombres se obsesionaron con los huesos esparcidos en el fondo del bote. Casi una semana después de que Chase y los suyos hubiesen sido rescatados, un tripulante a bordo del buque americano Dauphin avistó el bote de Pollard. Confundidos y desdichados, Pollard y Ramsdell no se alegraron de su rescate, volviéndose hacia el fondo de su embarcación para echarse huesos a los bolsillos. Salvos a bordo del Dauphin, se les vio, delirantes, “lamiendo los huesos de sus compañeros muertos en el desastre, de los que eran reacios a separarse”.
Los cinco supervivientes del Essex fueron reunidos en Valparaiso, donde se recuperaron antes de partir de vuelta a Nantucket. Como Philbrick relata, Pollard se había recuperado lo bastante como para quedar a cenar con otros capitanes, a los que contó toda la historia del naufragio del Essex y de sus tres espantosos meses en alta mar. Uno de los presentes regresó a sus aposentos y lo anotó todo, definiendo la explicación de Pollard como “la narración más angustiosa de la que jamás tuve conocimiento”.
Años después, el tercer bote fue localizado en la Isla de Ducie; tres esqueletos estaban a bordo. Milagrosamente, los tres hombres que eligieron quedarse en la Isla de Henderson sobrevivieron durante casi cuatro meses, a base de moluscos y huevos de ave, hasta que un barco australiano los rescató.
A su llegada a Nantucket, se dio la bienvenida a los supervivientes de la tripulación del Essex, sin juicios paralelos. En las peores de las circunstancias, se aceptaba el canibalismo como una costumbre del mar. En incidentes similares, los supervivientes declinaron comerse la carne de los fallecidos, aunque si la emplearon como cebo de pesca. Pero Philbrick señala que los hombres del Essex se encontraban en aguas desprovistas, en gran medida, de vida marina en superficie.
El Capitán Pollard, sin embargo, no fue tan fácilmente perdonado, porque se había comido a su primo. Un erudito hablaría tiempo después de “incesto gastronómico”. La madre de Owen Coffin no podía soportar estar en presencia del capitán. Cuando sus días como marino acabaron, Pollard pasó el resto de su vida en Nantucket. Una vez al año, en el aniversario del naufragio del Essex, se decía que se encerraba en su habitación para ayunar en honor de los caídos de su tripulación.
Hacia 1852, Melville y “Moby Dick” eran presa del olvido. A pesar de las esperanzas del autor, su novela sólo vendió unos miles de copias en toda su vida, y Melville, tras una serie de intentos literarios fallidos, se dedicó a una vida de reclusión y pasó diecinueve años como inspector de aduanas en Nueva York. Bebía y sufría la muerte de sus dos hijos varones. Deprimido, abandonó la novela por la poesía. Pero nunca se pudo quitar de la cabeza el destino de George Pollard.
En su poema “Clarel”, Melville escribe sobre “un sereno en los muelles que contemplaba los fardos hasta el amanecer. Pasara lo que pasara, nunca sonreía; le llamabas y venía, no de mala gana, sino con modestia y actitud conciliadora: Paciente era, a nadie se negaba; y a menudo, secretos le inquietaban”.
Una vez más, la historia real, la de verdad, supera a la ficción. El calvario que estos hombres hubieron de sufrir resulta inimaginable. Noventa días en el mar, casi sin víveres, sin agua potable, abrasados por el sol, más que una prueba de resistencia, es una invitación al suicidio. Pero, ¿pudo haberse evitado? Posiblemente, si. El ataque del cachalote contra la embarcación resultó del todo imprevisible y nada pudieron hacer. Se desconoce qué llevó al capitán Pollard a dejarse aconsejar por la tripulación, más cuando, tal y como las crónicas afirman, sabía lo que podía suponer alejarse peligrosamente en dirección Sur y sin la certeza de encontrar vientos favorables o un barco que les avistara. ¿Por qué no se impuso? ¿Acaso sufrió un intento de motín que fue silenciado? Y lo más importante, quizás, ¿cómo es posible que hombres aguerridos, que luchaban cuerpo a cuerpo, arpón en mano, contra animales de proporciones descomunales, se sintieran intimidados por historias de caníbales y decidieran dejar su supervivencia en manos de la fortuna? Irónico, pero no por ello menos trágico, resulta que tuvieran que recurrir al canibalismo que supuestamente tanto les aterraba, a fin de intentar eludir la muerte.
Unos interrogantes que, posiblemente, nunca tengan respuesta. Sea como fuere, la revolución tecnológica, como en tantas otras facetas, lo cambiaría todo. La máquina de vapor y el cañón ballenero hicieron pasar a la historia la imagen de unos marineros que se quedaban sin aliento para alcanzar la presa, mientras su compañero, sujetando el arpón, intentaba mantener el equilibrio y asestar un golpe certero. Buques veloces y muy eficaces, los llamados catchers, podían alejarse cada vez más de sus bases de tierra, dar caza a los escualos sin poner en peligro a su tripulación y volver a puerto remolcando a su presa. La pesca ballenera tradicional, la que el capitán Pollard y los suyos conocieron, había llegado a su fin.
BIBLIOGRAFIA Y RECURSOS WEB:
Artículo original: Smithsonian Magazine
MELVILLE, Herman, “Moby Dick”, Círculo de Lectores, Barcelona, 1975
en.wikipedia.org/wiki/Herman_Melville
www.abc.es/herman-melville-moby-dick
es.wikipedia.org/wiki/BalleneroEssex
Historia y Arqueología Marítima
Nantucket Historical Association
http://www.pbs.org/odyssey/class/essex.html
https://en.wikipedia.org/wiki/Nantucket
https://es.wikipedia.org/wiki/Islas_Marquesas
IMAGENES:
Historia y Arqueología Marítima
dianmardiana74.files.wordpress.com
rosebud-rose-bud.blogspot.com.es
Buenas tardes,
Un artículo muy bueno, recoge toda la tragedia del Essex y muestra cómo influyó esta historia en Herman Melville.
Puesto que estoy realizando un trabajo de investigación antes de terminar los estudios sobre Nantucket, la pesca ballenera y los marineros del Essex, me gustaría saber si sería posible utilizar alguna de las imágenes para mi proyecto.
Gracias
Saludos, Paula:
Te damos las gracias por tus palabras y nos alegramos de que el artículo te haya gustado. Por supuesto, las imágenes quedan a tu disposición. En cuanto al texto, en caso de que lo utilices, si te agradeceríamos que nos mencionases. Cuando hayas completado tu trabajo, si lo deseas y sin compromiso alguno, envíanos el enlace para publicarlo en la entrada, que es de las más visitadas hasta ahora, para que nuestros lectores puedan ampliar contenidos. Mucha suerte con tu trabajo, hasta pronto.
¡Muchísimas gracias! Me serán de gran ayuda.
Por supuesto, os mencionaré y no me importará compartirlo cuando lo termine. Lo único que tardaré bastante, puesto que debo presentar el trabajo en diciembre de este año y tendré que traducirlo, lo cual me llevará más tiempo, pero contad con ello.
Un saludo.