“El despotismo, que en todas las épocas es peligroso, resulta particularmente de temer en los siglos democráticos”
Alexis de Tocqueville
Contexto histórico
Alexis de Tocqueville (1805 – 1859) fue un político, jurista e historiador francés. De ideas liberales, su esquema de pensamiento le convierte en uno de los precursores de la Sociología. Su familia había sufrido los rigores de la Revolución Francesa (1769). Muy crítico con ese tipo de movimientos, Tocqueville se manifestó en contra de la Revolución de 1848. En 1851, su oposición al golpe de Estado de Luis de Napoleón le costó ser arrestado.
La figura de Tocqueville empieza a fraguarse en 1831, cuando parte rumbo a Estados Unidos con el encargo de confeccionar un informe sobre el sistema penitenciario de ese país, y que dará lugar a su obra “Del Sistema Penitenciario en los Estados Unidos y de su Aplicación en Francia”, si bien su consagración llegaría con “La Democracia en América“, publicada en 1840, obra fundamental del pensamiento político contemporáneo.
Demócrata liberal convencido, Tocqueville sentía fascinación por la joven democracia norteamericana, un sistema construído desde abajo, desde el pueblo llano hacia arriba, no al revés, que inicia su andadura dejando atrás los lastres del pasado y cuyos preceptos Tocqueville deseaba fueran implantados en su propio país.
A finales del año pasado, Taiwán alertaba a la Organización Mundial de la Salud del brote en la ciudad de Wuhan, en la China continental, de una extraña afección respiratoria que cursaba con cuadros de neumonía y que era altamente contagiosa. No sería hasta el día 31 de diciembre cuando su director general, el etíope Tedros Adhanom, a quien sus detractores acusan de haber ocultado dos epidemias de cólera en su propio país y de una actitud indulgente en exceso para con un régimen tan poco transparente como el chino, reconociese públicamente la gravedad de la situación. Una decisión tardía que los enormes intereses comerciales que China tiene en todo África y en Etiopía, especialmente, por sus ricos yacimientos en tierras raras, materia prima fundamental para que el gigante asiático pueda proseguir con la fabricación de dispositivos móviles a gran escala, podrían explicar.
Semana tras semana, hemos visto cómo el brote se ha expandido por los cinco continentes, habiendo provocado cientos de miles de fallecidos, de contagiados, de pacientes con secuelas, y el colapso sanitario en los países que peor han gestionado la situación. Un escenario que nos ha hecho recordar aquella epidemia de la mal llamada Gripe Española y que en lo económico nos sitúa en una recesión peor que la Gran Depresión de 1929. El impacto, del que todavía desconocemos sus últimas consecuencias, ha sido brutal y ha conseguido que el mundo se paralizara en estos primeros meses de 2020.
Como suele ocurrir con ciertas catástrofes, se ha especulado mucho sobre si el origen del patógeno era natural o artificial. Unos piensan que la pandemia ha sido consecuencia de una zoonosis, un contagio entre especies animales que, en última instancia, ha alcanzado al ser humano. El foco del brote, según esta hipótesis, estaría localizado en el mercado de abastos de Huanan, en la ciudad de Wuhan, en el que numerosas especies animales son vendidas, aún vivas, para su consumo. El de Huanan es uno de tantos de los denominados mercados húmedos, es decir, establecimientos sin control sanitario alguno, sin un mínimo de condiciones higiénicas, en donde los animales ya sacrificados son exhibidos junto a los ejemplares vivos que esperan la muerte en jaulas insalubres. La oferta es de lo más variada: civetas, zorros, salamandras, pavos reales, ratas, cachorros de lobo, koalas, cocodrilos, puercoespines, erizos, venados, tejones, murciélagos y pangolines.
Otros consideran, por contra, que el virus se ha escapado del laboratorio de experimentación biológica de nivel 4 de seguridad que, curiosamente, queda muy cerca de ese mercado y donde se viene realizando toda suerte de ensayos con diferentes tipos de coronavirus. Desde este espacio no tenemos la capacitación necesaria para afirmar la veracidad de una u otra explicación, y por ello pensamos que lo mejor es remitirse a los expertos de verdad.
Entrevistado en el canal de Youtube Milenio Live, de los periodistas Iker Jiménez y Carmen Porter, quienes han arrojado luz como nadie en los medios de información españoles gracias a contar con los científicos y especialistas más prestigiosos, el Dr. Adolfo García – Sastre, virólogo y Jefe de Patología del Hospital Monte Sinaí, en Nueva York, afirmó que los coronavirus tienen un origen natural y que los murciélagos, entre otros animales, son posibles vectores del contagio. Preguntado por la posiblidad de que el covid – 19, acrónimo de coronavirus disease 2019, como ha sido bautizado, hubiera escapado de ese laboratorio, el buen doctor respondió que no se podía descartar de forma tajante, pero, que “el virus ya estaba ahí fuera”. De sus palabras, deducimos que, casi con toda probabilidad, nos encontramos ante una zoonosis.
Covid – 19, no es el único estallido viral que se ha producido en años recientes. Recordemos otros como los de SARS, acrónimo de Severe Acute Respiratory Syndrome, en 2003, y de MERS, acrónimo de Middle East Respiratory Syndrome, oriundos de las selvas asiáticas y de Oriente Medio, respectivamente. Pero el objeto de este artículo no es entrar en disquisiciones científicas que para nada dominamos, sino aproximarnos a los antecedentes históricos de unos brotes que son consecuencia de ciertas prácticas de consumo y culinarias cuyas razones explicaremos a continuación.
«Cuando no hay comida suficiente, la gente muere de hambre. Merece la pena que la mitad muera para que la otra mitad pueda comer bien»
Mao Tse – tung
El descontento provocado por la situación en que China había quedado frente a Japón tras la paz de 1918, que aquélla se negó a firmar, provocó la aparición en 1919 del Movimiento del Cuatro de Mayo. Lo que empezó como unas manifestaciones estudiantiles, que se saldaron con la dimisión de rectores universitarios, se transformó en una movilización que acabaría por extenderse por todos los rincones del país. Un movimiento en el que un joven ayudante bibliotecario de la Universidad de Pekín, Mao Zedong, más conocido como Mao Tse – tung, participaría activamente. En 1920, las revistas universitarias ya empezaban a incluir en sus páginas textos de índole marxista, al tiempo que la primera traducción al chino de El Manifiesto Comunista era editada.
Pero el marxismo, lejos de proporcionar unidad, iba a agudizar la división entre los sectores reformistas de la política china. En 1921, se fundaba en Shanghai el Partido Comunista Chino con el beneplácito de diferentes delegados del país cuyos nombres no se conoce con exactitud, salvo el de Mao Tse – tung. El proyecto político de Mao y de sus seguidores pasaba por atraer a las masas rurales al comunismo. En un país donde la obediencia a la clase dirigente forma parte de su acervo cultural, la vanidad y las visiones megalómanas de Mao le reforzaron en el poder hasta tal punto que, hacia 1935, era ya el indiscutible líder supremo del partido y le apodaban el Gran Timonel.
En 1955, millones de campesinos fueron desplazados a la fuerza hacia comunas en un proceso de colectivización orientado hacia la eliminación absoluta de la propiedad privada. Un plan tan plagado de incompetencias como de medidas lesivas sólo podía tener consecuencias catastróficas, de manera que la producción se desplomó. Pero lo peor estaba aún por llegar.
En 1958, con el denominado Gran Salto Adelante, la presión sobre las comunas fue en aumento. La de Mao era una iniciativa fracasada desde el mismo momento de su concepción, que sumiría en el hambre y la miseria a vastas regiones del país y provocaría la muerte de unos cuarenta millones de personas, según los últimos estudios. En su búsqueda de los culpables, los sufridos agricultores y los funcionarios del partido no fueron los únicos en ser puestos en el punto de mira del líder comunista.
Mao achacó a los gorriones el descenso drástico en la producción de grano y ordenó su exterminio con todos los medios posibles. Estos pajarillos, que no sólo se alimentan de cereales, sino de insectos, también, y realizan una labor maravillosa como plaguicida natural, fueron combatidos de diversas maneras que pasaban por abatirlos con munición, por espantarlos para impedirles posarse, manteniéndolos en vuelo para matarlos por puro agotamiento y por envenenamiento, a base de cebos que terminarían por contaminar la tierra y matar a otras muchas especies.
La cacería de gorriones llegó a tal extremo que los biotopos perdieron su equilibrio natural. Las plagas, especialmente de langosta, se descontrolaron y arrasaron las plantaciones. Cuando las autoridades repararon en su tremendo error, la población de estas aves estaba tan al límite de su extinción que tuvieron que importar en secreto ejemplares de la U.R.S.S. Recurrieron al uso de plaguicidas en tal cantidad que las cadenas tróficas quedaron afectadas. Se produjeron inundaciones tras la que vinieron sequías que agudizaron el hambre de una población tan desesperada que se vería abocada incluso al canibalismo.
La persecución a los trabajadores comunales y a los miembros del partido fue implacable. Los primeros sufrieron maltratos continuados por los cuales unos dos millones y medio de campesinos perecieron. Entre los segundos, los considerados responsables fueron depurados. Sin embargo, las evidencias de lo que realmente había sucedido fueron recopiladas por altos cargos dentro del partido y la posición de Mao se resintió.
El Gran Salto Adelante, entre 1958 y 1962, se tradujo en un “descenso a los infiernos”, según el historiador holandés, especializado en la Historia de China, Frank Dikötter en La Gran Hambruna en la China de Mao. Una guerra sin cuartel a la Naturaleza, desviando el curso de ríos, derrumbando montañas y poniendo a especies al borde de su extinción, caso de los gorriones. A nivel social, se impuso el culto a la personalidad, la fe ciega en el líder y se laminó todo atisbo de disidencia. En lo económico, el intento de industrialización del país a marchas forzadas, empezando por el propio sector agrario, igualmente fracasó.
Con su primera prueba nuclear en 1964, China entraba en el exclusivo club de las potencias armamentísticas. La demografía seguía en aumento pese a que el hambre continuaba haciendo estragos entre una población cada vez más mermada. Por si todo esto no hubiese sido suficiente, la bautizada como Revolución Cultural (1966 – 1969) terminó por fracturar al país. Cárcel, torturas, trabajos forzados y condenas a muerte se convirtieron en el pan de cada día. Los intelectuales fueron masivamente depurados y las universidades clausuradas. Nadie, absolutamente nadie, con independencia de su profesión o de su estamento social, estaba libre de ser perseguido por la temida Guardia Roja. Ni siquiera una de las instituciones clave en la sociedad china como era la familia quedaría a salvo de los ataques del partido en aras de la “modernización” que propugnaban.
Mao Tse – tung falleció en 1976. Fue sucedido por Hua Guofeng quien acabaría cediendo el poder a Deng Xiaoping, un dirigente de corte pragmático que renunciaría a las políticas revolucionarias al tiempo que reforzaría el modelo centralista y autoritario del Estado. Deng propulsó las reformas necesarias que han permitido, desde entonces, un intenso crecimiento económico que ha colocado al país como ejemplo de un modelo de capitalismo “salvaje” controlado por una élite comunista. La misma que sigue impidiendo un sistema constitucional y democrático de partidos, la celebración de elecciones libres y movimientos de oposición al partido único.
Si habéis llegado hasta aquí, estaréis preguntándoos qué tiene que ver este episodio de la Historia Contemporánea de China con la pandemia provocada por el coronavirus.
Cuando Mao se dio cuenta del fracaso económico que el Gran Salto Adelante había supuesto, de las hambrunas que había provocado y de la pérdida de su prestigio personal, que estaba ya muy cuestionado, permitió a las granjas comunales la cría y venta de todo tipo de especies de animales salvajes, como las que hemos mencionado al principio de este artículo. Hacinándolos de forma insalubre y procesando su carne sin las mínimas garantías sanitarias, estos campesinos facilitaron de manera inconsciente la transmisión de enfermedades entre especies. Como las desgracias nunca vienen solas, el pueblo chino no conocía lo que era disponer de un simple frigorífico en casa hasta hace muy pocas décadas, razón que explica su apetencia por el consumo de animales vivos.
Con la llegada de Deng Xiaoping al poder en 1978, esa economía paralela, lejos de ser abolida, continuó. Lo que había empezado como una práctica de subsistencia en las comunas, se afianzó en las ciudades a través de grandes mercados en los que los animales eran sacrificados en el momento de su compra por parte del consumidor en unas condiciones deplorables. Una situación explosiva cuya primera detonación se produjo en 2003, cuando el brote de SARS se extendió por más de setenta países y acabó con la vida de más de setecientas personas, cifras tan lamentables como inferiores a las provocadas por este coronavirus. En un primer momento, el Gobierno chino consideró la prohibición de estas actividades, pero cedió ante las presiones de los sectores implicados. Lejos de corregir el error, la lista de especies fue ampliada en 2016 para incluir al tigre y al famoso pangolín.
Desconocemos que papel desempeñan, si es que tienen alguno, tanto la Organización Mundial de la Salud como Naciones Unidas en todo este asunto, cuya responsabilidad es tan grande como su impericia. Que las ideas perniciosas de una mente calenturienta y megalómana como la de Mao Tse – tung hayan tenido unas consecuencias sanitarias, sociales y económicas tan dramáticas como las que estamos viviendo casi medio siglo después, es muestra de los peligros del totalitarismo y de una globalización mal concebida desde sus inicios, que nos ha hecho tan dependientes de un país que ha de progresar mucho aún en cuanto a transparencia, derechos y libertades y sanidad. Incluso con la llegada de la ansiada vacuna o de, al menos, un tratamiento paliativo como los que empleamos para la gripe común, el peligro no habrá pasado del todo, a menos que los acuerdos internacionales consigan que el Gobierno chino de por prohibidas esas prácticas de consumo que siguen poniendo en riesgo a sus sufridos ciudadanos y al conjunto de la población mundial.
En 1989, el común de los mortales no teníamos ni la más remota idea de qué era Internet. El término era desconocido para la mayoría de nosotros, con la excepción, quizás, de aquellos aficionados a MS Dos – ese sistema operativo tan incipiente a cuyo lado el Pleistoceno nos parece moderno – y a los famosos ordenadores Spectrum, unos primeros usuarios informáticos a quienes muchos veían como bichos raros que manejaban lenguajes extraños. Y es que habría de transcurrir toda una década para que el término se popularizara y los ordenadores irrumpieran en nuestras vidas de tal forma que, en el momento en que nos encontramos, no tener acceso a la red de redes desde un ordenador o desde un teléfono móvil nos resulta inconcebible. Tal ha sido su impacto que los expertos consideran que Internet representa la Tercera Revolución Industrial, y ya vislumbran la Cuarta. Esta reflexión viene a cuento del Día Mundial de Internet, que se celebra, tal como hoy, cada 17 de mayo.
Como muchos otros grandes inventos que surgieron de la investigación militar y aeroespacial, Internet tiene sus orígenes en plena Guerra Fría entre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el Pacto de Varsovia, cuando Estados Unidos buscaba desarrollar un sistema que permitiera el acceso inmediato a la información desde cualquier ubicación en caso de un hipotético ataque soviético. Pero los primeros pasos de lo que por Internet conocemos son anteriores a esa época.
Al poco de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, los servicios de inteligencia de las potencias en liza se plantearon la necesidad de desarrollar máquinas que, desde cálculos de probabilidad, descifraran mensajes codificados a velocidades que superaran con creces la capacidad del ser humano. El británico Alan Turing, creador de la máquina que lleva su nombre, conseguiría desencriptar Enigma, el sistema de comunicaciones alemanas, acortando la duración de la contienda y sentando de esta manera las bases de la Computación, fundamento de todo lo que vendría después. No sabremos nunca qué habría opinado el bueno de Groucho Marx si viviera hoy y alguien le recordara en un día como este aquella famosa cita suya en la que afirmó que “inteligencia militar son términos contradictorios”.
Si hoy disfrutamos de todas las ventajas de Internet, es gracias a la sagacidad de Tim Berners – Lee, científico británico especializado en Computación y creador de la World Wide Web, con cuyo acrónimo www empiezan todas las páginas en Internet. En noviembre de 1989, Berners – Lee consiguió la primera comunicación entre un servidor y su cliente mediante un protocolo Hyper Text Transfer Protocol, o http. El camino hasta hoy es de sobra conocido. Internet ha supuesto una revolución en la forma en que nos comunicamos, compramos y conseguimos información. Ha dado voz a todo aquel que tenga algo que decir y ha posibilitado la irrupción de nuevos medios de comunicación tan alternativos como independientes que están poniendo en jaque a los considerados tradicionales. Para los creadores de contenido, la red se ha convertido en una herramienta de lo más útil para dar a conocer sus obras de manera exponencial, y eso que sólo un cincuenta y tres por ciento de la población mundial tiene acceso a Internet. Las denominadas redes sociales han sido determinantes en todo ese tráfico ingente de información.
Pero, aunque muchos usuarios no sean conscientes de ello, el espacio de comunicación y de libertad, sobre todo, que Internet representa, está muy amenazado. Como si de una encarnación del Gran Hermano de la novela de George Orwell “1984” se tratara, gobiernos y corporaciones diversas no escatiman esfuerzos en intentar poner puertas al campo. La pandemia sanitaria por coronavirus (covid – 19) que estamos sufriendo ha puesto en evidencia la labor censora y de desinformación que ciertas oficinas de verificación, vasallas del poder de turno, vienen ejerciendo cuando las publicaciones no son favorables a los señores a los que sirven. Y como David contra Goliat, en esa lucha está Tim Berners – Lee, una empresa en la que el padre del invento se ha embarcado con el propósito de devolver Internet a la ciudadanía a través de sus propuestas Contract for the Web, Solid e Inrupt, que se resumen en que el acceso a la libre información es un derecho y que éste no puede comprometer la privacidad de los usuarios. El tiempo nos dirá si lo consigue o no.
“Prefiero unos periódicos sin Gobierno que un Gobierno sin periódicos”
Thomas Jefferson
Contexto histórico
Con motivo de la celebración, ayer, del Día Mundial de la Libertad de Prensa, inaguramos esta nueva sección citando a Thomas Jefferson.
Quien fuera uno de los cuatro Padres Fundadores de la Constitución de Estados Unidos de Norteamérica y su tercer Presidente, entre 1801 y 1809, se opuso a las Leyes de Extranjería y Sedición (Alien and Sedition Acts) de 1798, un conjunto de cuatro disposiciones que dificultaban la obtención de la ciudadanía norteamericana, sobre todo, a inmigrantes franceses e irlandeses y en previsión de un conflicto armado con Francia.
Pero, desde su punto de vista, esas leyes implicaban, también, un intento de amordazar la libertad de prensa y de evitar las críticas a la gestión del Gobierno. Y estaba convencido de que sin medios libres, sin información veraz y de calidad, difícilmente podrían los ciudadanos tomar las decisiones correctas que asegurasen el sostenimiento de la Democracia.
Por más que algunos se empeñen en hacer un uso maniqueo de la Historia, que no es otro que aquel que tiende a reducir la realidad, el papel de los colonizadores vascos y catalanes en la Conquista española de América fue determinante a la hora de hacerse con tan vasto territorio.
Las gestas españolas en América del Norte no son tan conocidas. Es por ello que os traemos hoy la historia de Gaspar de Portolá – quien impidió el avance de rusos y británicos en la Alta California – y de otros muchos compatriotas catalanes, gracias a una excelsa publicación de The Hispanic Council, un centro de estudios, o laboratorio de ideas, un think tank, que dicen los sajones, si bien nosotros siempre preferimos emplear nuestra propia lengua, que es más rica que la inglesa en muchos aspectos, y prescindir de tanto anglicismo.
The Hispanic Council se dedica, entre otras actividades, a la investigación y divulgación históricas a través del estudio de los lazos culturales que nos unen con EE.UU., un legado de más de cuatrocientos años de antigüedad desde que Ponce de León desembarcara en la costa de Florida en 1513 y cuyo esencia sigue viva a través de la toponimia, los símbolos y, por supuesto, la lengua.
“Creo que esta es la ocasión en que se ha reunido más talento y conocimiento en la Casa Blanca, exceptuando, quizá, los días en que Thomas Jefferson cenaba solo”
John F. Kennedy, en un banquete oficial ofrecido a cuarenta y nueve Premios Nobel en su residencia oficial el 29 de Abril de 1962.
En estos términos se refirió el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos a su antecesor, el tercero en el cargo, para ensalzar la sabiduría y las enormes cualidades de una figura que no sólo se convertiría en uno de los padres de la primera Constitución moderna, sino que, además, sabía componer música, ponerse al frente de yacimientos arqueológicos y disertar sobre Paleontología, diseñar edificios, como el de la Universidad de Virginia, y teorizar sobre Agronomía. Por si se fuera poco, inventó la silla giratoria y perfeccionó el pantógrafo, un instrumento basado en paralelogramos articulados y que sirve para copiar imágenes a escala, aumentando o disminuyendo su tamaño a voluntad. Por todo ello, Kennedy no exageraba en absoluto cuando afirmó que Jefferson era un polímata. ¿Y qué es un polímata?
Polímata. Del Griego πολυμαθής ‘polimathós’, significa ‘el que sabe muchas cosas’. Un polímata es una persona de enorme erudición, que sabe de todo y en profundidad. Individuo que se ajusta al ideal renacentista del Homo universalis, del hombre instruído y de ilimitada curiosidad, un modelo del que grandes pensadores como Raimundo Lulio (Ramon Llul), Leonardo da Vinci, Isaac Newton y Thomas Jefferson son representantes.
Este 30 de Octubre se cumple el 80 aniversario de la adaptación de la obra de H. G. Wells “La Guerra de los Mundos” (1898) realizada por Orson Welles (1915-1985), un genio de la Radio, el Cine y el Teatro que, través de las ondas, provocó un brote de pánico entre parte de la audiencia que sintonizaba ese dial aquel día, si bien el episodio fue en cierto modo exagerado, dado el seguimiento de un programa que no era precisamente mayoritario. Dejando a un lado la cuestión de las cifras, ya se atisbaba la enorme influencia que, para bien o para mal, los medios de comunicación ostentarían en las décadas siguientes. Repercusión, sí que la tuvo, dadas las airadas críticas que los productores tuvieron que sufrir por parte de la prensa escrita, que pidió la intervención de la Comisión Federal de Comunicación. Al día siguiente, Welles declaró a los periódicos que no pensaron en una reacción de ese calibre. Sin embargo, su prestigio profesional quedó más que afianzado, el inicio de una carrera cinematográfica como director que es parte inseparable de la historia del Séptimo Arte, legándonos títulos inolvidables como “Macbeth”, “Otelo” o “Ciudadano Kane”.
Los hombres más arrogantes son los que generalmente están equivocados, otorgan toda la pasión a sus puntos de vista sin una apropiada reflexión
David Hume, 1711 – 1776, Filósofo e Historiador
En la línea de recuperar artículos que habíamos elaborado para proyectos anteriores a Los Portadores de la Antorcha y que no habíamos publicado en nuestro portal actual, es turno hoy para una pequeña reflexión en el 106 aniversario del hundimiento del mayor y más lujoso trasatlántico hasta entonces diseñado, un coloso construido en los astilleros que la compañía irlandesa Harland & Wolff regentaba en Belfast, el Titanic, cuyos restos reposan desde entonces en el fondo del Océano Atlántico sin haber podido completar su viaje inagural. El buque era propiedad de la naviera británica White Star Line, fundada en 1870.
La de este navío es una historia tan conocida como recurrente, una historia a la que la hemeroteca apunta como un suceso único y extraordinario, ocurrido entre la noche del 14 y la madrugada del día 15 de Abril de 1912. A principios del siglo XX no se disponía de información periodística en tiempo real, tal y como ahora disfrutamos gracias a las bondades de Internet, pero, por más que rebusquemos y dado el reducido número de horas que bastó para que se consumara el naufragio, todo lo relacionado con la fatídica fecha apunta invariablemente a esta catástrofe, como si el mundo entero se hubiera detenido aquella noche.
Entre las diez horas y veinticinco minutos, cuando se produjo la colisión con el iceberg, y las dos, dos y media de la madrugada, en que se hundiría para siempre en las gélidas aguas del Atlántico Norte, tal y como mostraron los relojes, sin movimiento ya, de algunos de los fallecidos cuyos cuerpos se pudieron recuperar, mil quinientas tres personas de las dos mil doscientas cinco que se encontraban a bordo perdieron la vida, a unos novecientos kilómetros al Sur de Terranova.
El desastre no fue sino la consecuencia directa de una alocada carrera entre alemanes y británicos. Una rivalidad que, por incomprensible que parezca, no tenía como objetivo primordial la seguridad de las naves, muchos menos la del pasaje, sino el lujo y la ostentación desenfrenados y, sobre todo, el ansia de batir una y otra vez nuevos récords de tiempo en la duración de la travesía desde Europa hasta Nueva York y viceversa. Los medios de salvamento eran a todas luces insuficientes y el diseño del casco, pese a contar con numerosos compartimentos estancos, no contemplaba que más de cuatro de ellos se pudieran anegar. Tal fue la brecha por la violencia del impacto que el agua llegó a inundar seis compartimentos. Y es que no todos los remaches empleados para ensamblar las gigantescas planchas de acero presentaban la misma calidad, muchos de ellos reventaron tras el choque. El trasatlántico estaba condenado y sería sólo cuestión de horas que fuera engullido por el mar.
Como suele ocurrir en estos casos, hasta que no se produce un número considerable de víctimas mortales, los correspondientes organismos internacionales implicados no se ponen a trabajar. Desde ese momento en adelante, cada proyecto de construcción naval y las medidas de seguridad correspondientes serían analizados meticulosamente. Las potencias marítimas reunidas aprobaron el Convenio de Seguridad de la Vida Humana en el Mar, que fue ratificado en Londres en 1914, justo tras el hundimiento del Titanic. Su cuarta revisión, la de 1974, es la que permanece vigente en la actualidad.
Desde este enlace, “El Naufragio del Titanic y Sus Enseñanzas”, Revista Vida Marítima, 30 de Mayo de 1912, podéis descargar el ejemplar número 375 de la revista homónima, publicación que se encuentra en los archivos de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España, en el que se analiza, de manera muy acertada, las causas de la catástrofe, se ofrece, entre otras informaciones, el testimonio del ayudante de telegrafía de la nave, y se extrae, finalmente, una serie de conclusiones que demuestran que el desastre se habría evitado de haber empleado un poco más de sentido común, y no sólo la legislación de la época en materia de Arquitectura e Ingeniería Navales.
En nuestra opinión, el naufragio del Titanic no sólo supuso cuantiosas pérdidas humanas y materiales, más por arrogancia que por exceso de confianza, incluso, sino que marcó, de manera tan trágica como visual, el principio del fin de un Imperio, el Británico, que tras cien años de predominio en el mundo – entre 1815 y 1914 – empezaría a desmoronarse en las décadas posteriores por el proceso de descolonización, al tiempo que tan solo tres meses después de su hundimiento Europa se desangraba ya en una larga y cruenta Primera Guerra Mundial.
Recuperamos hoy un artículo sobre un conjunto escultórico que, en su momento, desató una fuerte polémica, lógico, por otra parte, si nos remontamos ciento veinticinco años en el tiempo, hasta finales del siglo XIX. No es el único que se ha esculpido tomando como modelo la imagen de Lucifer, el Ángel de Luz que se rebeló contra Dios, de hecho existen otros, pero, quizás ninguno de ellos muestre tanta belleza como el que nos ocupa.
Antes de pasar a su contenido propiamente dicho, queremos hacer unas puntualizaciones. Para nosotros, como para cualquier historiador que se precie de serlo, la base de todo artículo ha de sustentarse en la información veraz, imparcial y contrastada, siempre. Bastantes errores de bulto y bulos circulan ya, no sólo por Internet, como para no acogerse a esta premisa, aunque reconocemos que no siempre es fácil separar el trigo de la paja. A nosotros así nos habría ocurrido con esta historia si no hubiese sido por la ayuda inestimable que nuestra compañera de carrera Alejandra Hernández Clemente nos brindó en su momento. Y no por falta de rigor o voluntad por nuestra parte, no, sino por la escasa información de la que se disponía al respecto y por la gran cantidad de errores que han sido asimilados como verdades, algunos de ellos subscritos por catedráticos que, como bien sostiene Alejandra, “han hecho un flaco favor a la Historiografía”. Ella ha estudiado en profundidad la figura de Bellver, personaje en torno al cual gira su Tesis Doctoral, un trabajo publicado por la Universidad Complutense de Madrid, que es de libre acceso, que podéis consultar en el enlace correspondiente al final del artículo y que deja al descubierto todas las inexactitudes, intencionadas o no, que se han dado por válidas sobre este episodio de la vida madrileña casi a comienzos del siglo XX.
Por Hispanidad entendemos el carácter genérico de todos los pueblos de lengua y cultura españolas, que constituyen una comunidad constituida por España, los Estados americanos de habla española y Filipinas.
Las primeras referencias a la palabra Hispanidad aparecen en la obra “Tratado de Ortografía y Acentos en las Tres Lenguas Principales” (Toledo, 1531), del bachiller Alejo Venegas, escritor y humanista español del Renacimiento.
A principios del siglo XX, el pensador Miguel de Unamuno recurrió a ella para referirse a los diversos pueblos que compartían la lengua española, concibiéndola como una hermandad de naciones, alejándose de la idea de madre patria. En los años 20, el escritor Jose María Salaverría y el sacerdote Zacarías Vizcarra, ambos residentes en Buenos Aires, difundirían el término. Se atribuye a éste último la propuesta de cambiar la denominación Fiesta de la Raza por Fiesta de la Hispanidad.
Otros autores consideran como fuentes del término la obra del integralista portugués António Maria de Sousa Sardinha, para quienes el concepto surge asociado a los círculos conservadores y nacionalistas afectos al General Primo de Rivera, a fin de exaltar los valores tradicionalistas españoles y de remarcar la idea de destino histórico de la nación española, que es considerada eje espiritual del mundo hispánico y tutelar de su legado.
Esta primera concepción del concepto de Hispanidad se desarrollará con la obra “Defensa de la Hispanidad” (1934), de Ramiro de Maeztu, y con los escritos de García Morente, Giménez Caballero y el Padre Torró, entre otros, posteriormente. Fue acogida favorablemente por los sectores conservadores hispanoamericanos representados por de la Riva Agüero, Junco o Vasconcelos. Incorporada al ideario falangista y, tras la Guerra Civil, recogida por el régimen franquista, que la dotará de carácter político y programático con la fundación del Consejo de la Hispanidad en 1940, sustituido en 1946 por el Instituto de Cultura Hispánica.
Una segunda concepción, tan actual como vigente, tanto en España como en Hispanoamérica, refuerza y desarrolla la idea de comunidad lingüística y cultural, afirmando la voluntad de solidaridad entre todas las naciones hispanas. Aparece, al tiempo que la primera, en las obras de autores hispanoamericanos como Rubén Darío o Santos Chocano, siendo defendida por intelectuales españoles vinculados al Centro de Estudios Históricos, que en su día dirigiera Menéndez Pidal.
Sire de ojos azules, gracias: por los laureles de cien bravos vestidos de honor; por los claveles de la tierra andaluza y la Alhambra del moro; por la sangre solar de una raza de oro; por la armadura antigua y el yelmo de la gesta; por las lanzas que fueron una vasta floresta de gloria y que pasaron Pirineos y Andes; por Lepanto y Otumba; por el Perú, por Flandes; por Isabel que cree, por Cristóbal que sueña y Velázquez que pinta y Cortés que domeña; por el país sagrado en que Heracles afianza sus macizas columnas de fuerza y esperanza, mientras Pan trae el ritmo con la egregia siringa que no hay trueno que apague ni tempestad que extinga; por el león simbólico y la Cruz, gracias, Sire.