A finales del año pasado, Taiwán alertaba a la Organización Mundial de la Salud del brote en la ciudad de Wuhan, en la China continental, de una extraña afección respiratoria que cursaba con cuadros de neumonía y que era altamente contagiosa. No sería hasta el día 31 de diciembre cuando su director general, el etíope Tedros Adhanom, a quien sus detractores acusan de haber ocultado dos epidemias de cólera en su propio país y de una actitud indulgente en exceso para con un régimen tan poco transparente como el chino, reconociese públicamente la gravedad de la situación. Una decisión tardía que los enormes intereses comerciales que China tiene en todo África y en Etiopía, especialmente, por sus ricos yacimientos en tierras raras, materia prima fundamental para que el gigante asiático pueda proseguir con la fabricación de dispositivos móviles a gran escala, podrían explicar.
Semana tras semana, hemos visto cómo el brote se ha expandido por los cinco continentes, habiendo provocado cientos de miles de fallecidos, de contagiados, de pacientes con secuelas, y el colapso sanitario en los países que peor han gestionado la situación. Un escenario que nos ha hecho recordar aquella epidemia de la mal llamada Gripe Española y que en lo económico nos sitúa en una recesión peor que la Gran Depresión de 1929. El impacto, del que todavía desconocemos sus últimas consecuencias, ha sido brutal y ha conseguido que el mundo se paralizara en estos primeros meses de 2020.
Como suele ocurrir con ciertas catástrofes, se ha especulado mucho sobre si el origen del patógeno era natural o artificial. Unos piensan que la pandemia ha sido consecuencia de una zoonosis, un contagio entre especies animales que, en última instancia, ha alcanzado al ser humano. El foco del brote, según esta hipótesis, estaría localizado en el mercado de abastos de Huanan, en la ciudad de Wuhan, en el que numerosas especies animales son vendidas, aún vivas, para su consumo. El de Huanan es uno de tantos de los denominados mercados húmedos, es decir, establecimientos sin control sanitario alguno, sin un mínimo de condiciones higiénicas, en donde los animales ya sacrificados son exhibidos junto a los ejemplares vivos que esperan la muerte en jaulas insalubres. La oferta es de lo más variada: civetas, zorros, salamandras, pavos reales, ratas, cachorros de lobo, koalas, cocodrilos, puercoespines, erizos, venados, tejones, murciélagos y pangolines.
Otros consideran, por contra, que el virus se ha escapado del laboratorio de experimentación biológica de nivel 4 de seguridad que, curiosamente, queda muy cerca de ese mercado y donde se viene realizando toda suerte de ensayos con diferentes tipos de coronavirus. Desde este espacio no tenemos la capacitación necesaria para afirmar la veracidad de una u otra explicación, y por ello pensamos que lo mejor es remitirse a los expertos de verdad.
Entrevistado en el canal de Youtube Milenio Live, de los periodistas Iker Jiménez y Carmen Porter, quienes han arrojado luz como nadie en los medios de información españoles gracias a contar con los científicos y especialistas más prestigiosos, el Dr. Adolfo García – Sastre, virólogo y Jefe de Patología del Hospital Monte Sinaí, en Nueva York, afirmó que los coronavirus tienen un origen natural y que los murciélagos, entre otros animales, son posibles vectores del contagio. Preguntado por la posiblidad de que el covid – 19, acrónimo de coronavirus disease 2019, como ha sido bautizado, hubiera escapado de ese laboratorio, el buen doctor respondió que no se podía descartar de forma tajante, pero, que “el virus ya estaba ahí fuera”. De sus palabras, deducimos que, casi con toda probabilidad, nos encontramos ante una zoonosis.
Covid – 19, no es el único estallido viral que se ha producido en años recientes. Recordemos otros como los de SARS, acrónimo de Severe Acute Respiratory Syndrome, en 2003, y de MERS, acrónimo de Middle East Respiratory Syndrome, oriundos de las selvas asiáticas y de Oriente Medio, respectivamente. Pero el objeto de este artículo no es entrar en disquisiciones científicas que para nada dominamos, sino aproximarnos a los antecedentes históricos de unos brotes que son consecuencia de ciertas prácticas de consumo y culinarias cuyas razones explicaremos a continuación.
«Cuando no hay comida suficiente, la gente muere de hambre. Merece la pena que la mitad muera para que la otra mitad pueda comer bien»
Mao Tse – tung
El descontento provocado por la situación en que China había quedado frente a Japón tras la paz de 1918, que aquélla se negó a firmar, provocó la aparición en 1919 del Movimiento del Cuatro de Mayo. Lo que empezó como unas manifestaciones estudiantiles, que se saldaron con la dimisión de rectores universitarios, se transformó en una movilización que acabaría por extenderse por todos los rincones del país. Un movimiento en el que un joven ayudante bibliotecario de la Universidad de Pekín, Mao Zedong, más conocido como Mao Tse – tung, participaría activamente. En 1920, las revistas universitarias ya empezaban a incluir en sus páginas textos de índole marxista, al tiempo que la primera traducción al chino de El Manifiesto Comunista era editada.
Pero el marxismo, lejos de proporcionar unidad, iba a agudizar la división entre los sectores reformistas de la política china. En 1921, se fundaba en Shanghai el Partido Comunista Chino con el beneplácito de diferentes delegados del país cuyos nombres no se conoce con exactitud, salvo el de Mao Tse – tung. El proyecto político de Mao y de sus seguidores pasaba por atraer a las masas rurales al comunismo. En un país donde la obediencia a la clase dirigente forma parte de su acervo cultural, la vanidad y las visiones megalómanas de Mao le reforzaron en el poder hasta tal punto que, hacia 1935, era ya el indiscutible líder supremo del partido y le apodaban el Gran Timonel.
En 1955, millones de campesinos fueron desplazados a la fuerza hacia comunas en un proceso de colectivización orientado hacia la eliminación absoluta de la propiedad privada. Un plan tan plagado de incompetencias como de medidas lesivas sólo podía tener consecuencias catastróficas, de manera que la producción se desplomó. Pero lo peor estaba aún por llegar.
En 1958, con el denominado Gran Salto Adelante, la presión sobre las comunas fue en aumento. La de Mao era una iniciativa fracasada desde el mismo momento de su concepción, que sumiría en el hambre y la miseria a vastas regiones del país y provocaría la muerte de unos cuarenta millones de personas, según los últimos estudios. En su búsqueda de los culpables, los sufridos agricultores y los funcionarios del partido no fueron los únicos en ser puestos en el punto de mira del líder comunista.
Mao achacó a los gorriones el descenso drástico en la producción de grano y ordenó su exterminio con todos los medios posibles. Estos pajarillos, que no sólo se alimentan de cereales, sino de insectos, también, y realizan una labor maravillosa como plaguicida natural, fueron combatidos de diversas maneras que pasaban por abatirlos con munición, por espantarlos para impedirles posarse, manteniéndolos en vuelo para matarlos por puro agotamiento y por envenenamiento, a base de cebos que terminarían por contaminar la tierra y matar a otras muchas especies.
La cacería de gorriones llegó a tal extremo que los biotopos perdieron su equilibrio natural. Las plagas, especialmente de langosta, se descontrolaron y arrasaron las plantaciones. Cuando las autoridades repararon en su tremendo error, la población de estas aves estaba tan al límite de su extinción que tuvieron que importar en secreto ejemplares de la U.R.S.S. Recurrieron al uso de plaguicidas en tal cantidad que las cadenas tróficas quedaron afectadas. Se produjeron inundaciones tras la que vinieron sequías que agudizaron el hambre de una población tan desesperada que se vería abocada incluso al canibalismo.
La persecución a los trabajadores comunales y a los miembros del partido fue implacable. Los primeros sufrieron maltratos continuados por los cuales unos dos millones y medio de campesinos perecieron. Entre los segundos, los considerados responsables fueron depurados. Sin embargo, las evidencias de lo que realmente había sucedido fueron recopiladas por altos cargos dentro del partido y la posición de Mao se resintió.
El Gran Salto Adelante, entre 1958 y 1962, se tradujo en un “descenso a los infiernos”, según el historiador holandés, especializado en la Historia de China, Frank Dikötter en La Gran Hambruna en la China de Mao. Una guerra sin cuartel a la Naturaleza, desviando el curso de ríos, derrumbando montañas y poniendo a especies al borde de su extinción, caso de los gorriones. A nivel social, se impuso el culto a la personalidad, la fe ciega en el líder y se laminó todo atisbo de disidencia. En lo económico, el intento de industrialización del país a marchas forzadas, empezando por el propio sector agrario, igualmente fracasó.
Con su primera prueba nuclear en 1964, China entraba en el exclusivo club de las potencias armamentísticas. La demografía seguía en aumento pese a que el hambre continuaba haciendo estragos entre una población cada vez más mermada. Por si todo esto no hubiese sido suficiente, la bautizada como Revolución Cultural (1966 – 1969) terminó por fracturar al país. Cárcel, torturas, trabajos forzados y condenas a muerte se convirtieron en el pan de cada día. Los intelectuales fueron masivamente depurados y las universidades clausuradas. Nadie, absolutamente nadie, con independencia de su profesión o de su estamento social, estaba libre de ser perseguido por la temida Guardia Roja. Ni siquiera una de las instituciones clave en la sociedad china como era la familia quedaría a salvo de los ataques del partido en aras de la “modernización” que propugnaban.
Mao Tse – tung falleció en 1976. Fue sucedido por Hua Guofeng quien acabaría cediendo el poder a Deng Xiaoping, un dirigente de corte pragmático que renunciaría a las políticas revolucionarias al tiempo que reforzaría el modelo centralista y autoritario del Estado. Deng propulsó las reformas necesarias que han permitido, desde entonces, un intenso crecimiento económico que ha colocado al país como ejemplo de un modelo de capitalismo “salvaje” controlado por una élite comunista. La misma que sigue impidiendo un sistema constitucional y democrático de partidos, la celebración de elecciones libres y movimientos de oposición al partido único.
Si habéis llegado hasta aquí, estaréis preguntándoos qué tiene que ver este episodio de la Historia Contemporánea de China con la pandemia provocada por el coronavirus.
Cuando Mao se dio cuenta del fracaso económico que el Gran Salto Adelante había supuesto, de las hambrunas que había provocado y de la pérdida de su prestigio personal, que estaba ya muy cuestionado, permitió a las granjas comunales la cría y venta de todo tipo de especies de animales salvajes, como las que hemos mencionado al principio de este artículo. Hacinándolos de forma insalubre y procesando su carne sin las mínimas garantías sanitarias, estos campesinos facilitaron de manera inconsciente la transmisión de enfermedades entre especies. Como las desgracias nunca vienen solas, el pueblo chino no conocía lo que era disponer de un simple frigorífico en casa hasta hace muy pocas décadas, razón que explica su apetencia por el consumo de animales vivos.
Con la llegada de Deng Xiaoping al poder en 1978, esa economía paralela, lejos de ser abolida, continuó. Lo que había empezado como una práctica de subsistencia en las comunas, se afianzó en las ciudades a través de grandes mercados en los que los animales eran sacrificados en el momento de su compra por parte del consumidor en unas condiciones deplorables. Una situación explosiva cuya primera detonación se produjo en 2003, cuando el brote de SARS se extendió por más de setenta países y acabó con la vida de más de setecientas personas, cifras tan lamentables como inferiores a las provocadas por este coronavirus. En un primer momento, el Gobierno chino consideró la prohibición de estas actividades, pero cedió ante las presiones de los sectores implicados. Lejos de corregir el error, la lista de especies fue ampliada en 2016 para incluir al tigre y al famoso pangolín.
Desconocemos que papel desempeñan, si es que tienen alguno, tanto la Organización Mundial de la Salud como Naciones Unidas en todo este asunto, cuya responsabilidad es tan grande como su impericia. Que las ideas perniciosas de una mente calenturienta y megalómana como la de Mao Tse – tung hayan tenido unas consecuencias sanitarias, sociales y económicas tan dramáticas como las que estamos viviendo casi medio siglo después, es muestra de los peligros del totalitarismo y de una globalización mal concebida desde sus inicios, que nos ha hecho tan dependientes de un país que ha de progresar mucho aún en cuanto a transparencia, derechos y libertades y sanidad. Incluso con la llegada de la ansiada vacuna o de, al menos, un tratamiento paliativo como los que empleamos para la gripe común, el peligro no habrá pasado del todo, a menos que los acuerdos internacionales consigan que el Gobierno chino de por prohibidas esas prácticas de consumo que siguen poniendo en riesgo a sus sufridos ciudadanos y al conjunto de la población mundial.
Actualización a uno de junio de 2020:
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- China Prohíbe el Consumo de Perros, Gatos y Otros Animales
- Bibliografía e imágenes:
- DIKÖTTER, Frank, “La Gran Hambruna en la China de Mao”, Acantilado Editorial, 2017
- ROBERTS, J.M., “Historia Universal II”, RBA Editores, 2019
- China Nos Puede Matar a Todos
- La Hambruna Secreta de Mao
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- Historia del Gran Salto Adelante
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