“Iba calle abajo con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó tan rojo como la sangre. Me detuve y me apoyé sobre la barandilla, sintiéndome indescriptiblemente cansado. Lenguas de fuego y sangre se extendían sobre el azul oscuro del fiordo. Mis amigos siguieron caminando, mientras yo me quedaba atrás, temblando de miedo. En ese momento oí el inmenso, el infinito grito de la Naturaleza”
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