Flamen era el sacerdote romano encargado del culto a una deidad determinada. El flamen Augustal dirigía el culto a Augusto, primer emperador romano, divinizado por el Senado tras su muerte en el año 14 d.C. Del culto a Júpiter, dios de la Luz, mediador entre dioses y hombres, se responsabiliza el flamen Dial. El flamen Marcial hacía lo propio respecto del culto a Marte, dios de la Guerra. El flamen Quirinal era responsable del culto a Quirino, como se conoció a Rómulo, fundador de Roma, tras ser divinizado, si bien no todos los historiadores consideran que se trata del mismo personaje.
Su vestimenta consistía en un largo manto abrochado al cuello y un gorro a modo de casquete rematado por un borlón de lana. En sus manos, un bastón fabricado en madera de olivo.
Las esposas de los flámines eran las flamínicas. Consideradas sacerdotisas, disfrutaban de numerosas prerrogativas y exhibían avalorios distintivos.
Irenarca. Del latín tardío irenarcha, y éste del griego εἰρηνάρχης eirēnárchēs, de εἰρήνη eirḗnē ‘paz’ y -άρχης -árchēs ‘el que rige’.
Irenarca era el magistrado del Imperio romano encargado de velar por la paz y la tranquilidad del pueblo, sobre todo en las provincias romanas de Asia (formalizada a partir del año 133 a.C., cuando el rey de Pérgamo, Átalo III, lega su reino a Roma ante la falta de un sucesor al trono) y de África (que Roma conforma en el año 146 a. C. tras derrotar a Cartago en la Tercera Guerra Púnica y haciendo de Útica su capital), sobre todo en Egipto.
Así, el término irenarquía se refiere a la dignidad o jurisdicción de irenarca.
“Creo que esta es la ocasión en que se ha reunido más talento y conocimiento en la Casa Blanca, exceptuando, quizá, los días en que Thomas Jefferson cenaba solo”
John F. Kennedy, en un banquete oficial ofrecido a cuarenta y nueve Premios Nobel en su residencia oficial el 29 de Abril de 1962.
En estos términos se refirió el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos a su antecesor, el tercero en el cargo, para ensalzar la sabiduría y las enormes cualidades de una figura que no sólo se convertiría en uno de los padres de la primera Constitución moderna, sino que, además, sabía componer música, ponerse al frente de yacimientos arqueológicos y disertar sobre Paleontología, diseñar edificios, como el de la Universidad de Virginia, y teorizar sobre Agronomía. Por si se fuera poco, inventó la silla giratoria y perfeccionó el pantógrafo, un instrumento basado en paralelogramos articulados y que sirve para copiar imágenes a escala, aumentando o disminuyendo su tamaño a voluntad. Por todo ello, Kennedy no exageraba en absoluto cuando afirmó que Jefferson era un polímata. ¿Y qué es un polímata?
Polímata. Del Griego πολυμαθής ‘polimathós’, significa ‘el que sabe muchas cosas’. Un polímata es una persona de enorme erudición, que sabe de todo y en profundidad. Individuo que se ajusta al ideal renacentista del Homo universalis, del hombre instruído y de ilimitada curiosidad, un modelo del que grandes pensadores como Raimundo Lulio (Ramon Llul), Leonardo da Vinci, Isaac Newton y Thomas Jefferson son representantes.
Varego. Del Nórdico antiguo Væringjar, en Griego Βάραγγοι, Βαριάγοι, Varangoi, Variagoi, en Ruso y Ucraniano Варяги, Varyagui/Varyahy, en Árabe varank.
Los varegos, también llamados varangios, varengos o varyágs, eran vikingos que, desde Suecia, recorrieron las vías marítimas y fluviales hacia el Este y Sur, cruzando las tierras de las actuales Bielorrusia, Rusia y Ucrania, entre los siglos IX y X.
Consiguieron introducirse en el ámbito bizantino, llegando a formar parte de los soldados que velaban por la seguridad de la Corte del Imperio Romano de Oriente, en la que jugaron un papel fundamental entre los siglos X y XIV. Los varegos, como hemos comentado, eran de origen escandinavo, gente intrépida y guerrera. Fue tal la fidelidad que mostraron hasta la muerte misma en numerosas ocasiones lo que les hizo ganarse una confianza que los propios súbditos bizantinos no disfrutarían.
La Guardia varega se constituye bajo el emperador Basilio II, apodado ‘asesino de búlgaros’, cuando Vladimir I de Kiev le envía en el año 988 un contingente de 6.000 hombres del Norte tras los acuerdos con él alcanzados. Su papel no se circunscribía sólo a la Corte, pues tomaban parte en el campo de batalla, también, si las circunstancias así lo requerían. A finales del siglo XIII, los varegos habían sido étnicamente asimilados por los bizantinos, aunque muchos de sus ciudadanos siguieron identificándose como varegos hasta bien entrado el siglo XIV.
Palimpsesto. Del Latín palimpsestus, y éste, a su vez, del Griego παλίμψηστος palímpsēstos. De pálin, nuevamente, y de psáos, borrar.
En Paleografía se conoce por palimpsesto a todo antiguo manuscrito que evidencia las huellas de una escritura anterior que han sido borradas de modo artificial. Esta práctica no se aplicaba al pergamino, exclusivamente, también las tablillas eran reutilizadas de igual manera, y demuestra cuán escasos y apreciados eran estos soportes de escritura.
Como ejemplos, encontramos el Palimpsesto de Arquímedes, un compendio de obras del gran físico y matemático, y de otros autores, que fue sobreescrito para plasmar sobre él los salmos y oraciones de un convento.
Palimpsesto de Arquímedes, antes y después de su restauración
De época visigoda, el Código de Eurico, la primera compilación de leyes propias a imitación de las romanas y que permitió dar el salto de la costumbre a la ley escrita, tal y como Isidoro de Sevilla narra en sus crónicas, ha podido ser reconstruido gracias a los extractos de los nueve folios que componen el Palimpsesto de París, descubierto en la abadía benedictina de Saint Germain des Prés y conservado en la Biblioteca Nacional de París, y al trabajo de Álvaro d’Ors y Pérez-Peix, jurista y uno de los mejores romanistas que ha dado el siglo XX.
Sobre el Palimpsesto del Codex Nitriensis, fotografía de cabecera, observamos que el texto visible en horizontal, ‘scriptio superior’, es una copia en Siríaco de un tratado de Severo de Antioquía, mientras que en el texto vertical, más borroso, apreciamos la ‘scriptio inferior’, que en este volumen corresponde a copias del de la Ilíada, de los Elementos de Euclides y del Evangelio de Lucas, datadas en el siglo V d.C.
Por Hispanidad entendemos el carácter genérico de todos los pueblos de lengua y cultura españolas, que constituyen una comunidad constituida por España, los Estados americanos de habla española y Filipinas.
Las primeras referencias a la palabra Hispanidad aparecen en la obra “Tratado de Ortografía y Acentos en las Tres Lenguas Principales” (Toledo, 1531), del bachiller Alejo Venegas, escritor y humanista español del Renacimiento.
A principios del siglo XX, el pensador Miguel de Unamuno recurrió a ella para referirse a los diversos pueblos que compartían la lengua española, concibiéndola como una hermandad de naciones, alejándose de la idea de madre patria. En los años 20, el escritor Jose María Salaverría y el sacerdote Zacarías Vizcarra, ambos residentes en Buenos Aires, difundirían el término. Se atribuye a éste último la propuesta de cambiar la denominación Fiesta de la Raza por Fiesta de la Hispanidad.
Otros autores consideran como fuentes del término la obra del integralista portugués António Maria de Sousa Sardinha, para quienes el concepto surge asociado a los círculos conservadores y nacionalistas afectos al General Primo de Rivera, a fin de exaltar los valores tradicionalistas españoles y de remarcar la idea de destino histórico de la nación española, que es considerada eje espiritual del mundo hispánico y tutelar de su legado.
Esta primera concepción del concepto de Hispanidad se desarrollará con la obra “Defensa de la Hispanidad” (1934), de Ramiro de Maeztu, y con los escritos de García Morente, Giménez Caballero y el Padre Torró, entre otros, posteriormente. Fue acogida favorablemente por los sectores conservadores hispanoamericanos representados por de la Riva Agüero, Junco o Vasconcelos. Incorporada al ideario falangista y, tras la Guerra Civil, recogida por el régimen franquista, que la dotará de carácter político y programático con la fundación del Consejo de la Hispanidad en 1940, sustituido en 1946 por el Instituto de Cultura Hispánica.
Una segunda concepción, tan actual como vigente, tanto en España como en Hispanoamérica, refuerza y desarrolla la idea de comunidad lingüística y cultural, afirmando la voluntad de solidaridad entre todas las naciones hispanas. Aparece, al tiempo que la primera, en las obras de autores hispanoamericanos como Rubén Darío o Santos Chocano, siendo defendida por intelectuales españoles vinculados al Centro de Estudios Históricos, que en su día dirigiera Menéndez Pidal.
Sire de ojos azules, gracias: por los laureles de cien bravos vestidos de honor; por los claveles de la tierra andaluza y la Alhambra del moro; por la sangre solar de una raza de oro; por la armadura antigua y el yelmo de la gesta; por las lanzas que fueron una vasta floresta de gloria y que pasaron Pirineos y Andes; por Lepanto y Otumba; por el Perú, por Flandes; por Isabel que cree, por Cristóbal que sueña y Velázquez que pinta y Cortés que domeña; por el país sagrado en que Heracles afianza sus macizas columnas de fuerza y esperanza, mientras Pan trae el ritmo con la egregia siringa que no hay trueno que apague ni tempestad que extinga; por el león simbólico y la Cruz, gracias, Sire.
Hesperia. Del Latín Hesperĭus, y éste, del Griego ῾Εσπέριος, Hespérios.
Hesperia es uno de los nombres por los que se conoció a la Península Ibérica, más bien, a una parte de ella, antes que por el latinizado Hispania, al encontrarse aquélla al Oeste del mundo que los griegos conocían, en el Extremo Occidente.
Hesperia hace referencia al planeta Venus, que ellos llamaban Héspero o Véspero, que podía ser observado en dirección Oeste y durante la puesta de Sol si las condiciones meteorológicas eran propicias. Como Hesperia, bautizaron, también, a la Península Itálica.
Iberia, Hesperia, Hispania, términos todos que son prueba de la gran importancia, geoestratégica, sociocultural y comercial de la Península Ibérica en el Mundo Antiguo.
Íbero. Del Latín Ibērus, y éste del Griego Ιβηρ, Ιβηρος, Íbēr, Íbēros.
Íbero significa natural de Iberia, individuo perteneciente a alguno de los pueblos que se habían establecido en la Península Ibérica con anterioridad a la llegada de los primeros colonizadores griegos y fenicios. Pueblos que la ocuparon casi en su totalidad, desde la Bahía de Cádiz hasta el Mediodía de la Francia que hoy conocemos, con gran presencia en el Levante peninsular. La sociedad íbera se conformará durante un largo proceso que se inicia en el siglo VIII a.C. y que culminará en torno al año 500 a.C.
Dada la imprecisión de la de Heródoto sobre la visita de Kolaiss de Samos a la Península Ibérica, la primera cita fiable es la de Avieno, quien empleará el término iberi para referirse a las tribus indígenas que dominaban la zona del Ebro (para los griegos, Iber, para los romanos, Hiberus), que otros autores como Pomponio Mela, Erastótenes o Estrabón citarán en sus escritos, también.
Los íberos o libioibéricos, como algunos especialistas los denominan, llegaron a ocupar zonas del Norte de África, y se constituyeron en el grupo racial más importante de la Península, lusitanos incluidos, presentando características propias en cada una de las zonas que dominaban. Las dos etnias originales, íberos y celtas, no dieron lugar al pueblo celtíbero, como reza la tradición. Era éste un pueblo autónomo, con su propia identidad, cuyos límites territorriales rebasaban ampliamente los del Ebro, tal y como los romanos constataron a su llegada a la Península a finales del siglo III a.C. y refieren los autores clásicos. Su influencia creciente, unida a la de los colonizadores grecofenicios, sentará las bases de la futura cultura hispánica.
Como lengua prerromana, el Íbero era el idioma que se hablaba en la Península hasta el siglo I d.C. Su adscripción resulta todavía desconocida. Por íbero entendemos, también, todo aquello relativo o perteneciente a la cultura del mismo nombre.
Para saber más de los íberos la bibliografía es muy abundante. Pero si nos permitís la recomendación, os proponemos la obra que en este enlace podéis descargar gratuitamente, titulada “Íberos: Sociedades y Territorios del Occidente Mediterráneo”, de Susana González Reyero, publicado por la prestigiosa editorial del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC.
Panateneas. Del Griego antiguo Παναθήναια/ Panatếnaia.
Con este nombre se designaba a un conjunto de celebraciones en honor de la diosa griega Atenea, Minerva para los romanos, que incluía sacrificios, fiestas nocturnas y competiciones deportivas. El acto más importante era el de la procesión, que se llevaba a cabo cada 28 de Hecatombeón, correspondiente a nuestro mes de Julio, para ofrecer a la diosa un peplo, una túnica, y sacrificar numerosos bueyes y otros bóvidos en su honor.
Las pequeñas Panateneas tenían carácter anual. Las grandes, por contra, se desarrollaban cada cuatro. Denominadas en un principio Ateneas, su nombre cambió a Panateneas desde el momento en que, por orden de Teseo, todas las comarcas del Ática empezaron a reunirse en Atenas para celebrarlas.
Oligantropía. Del Griego antiguo ὀλίγος, ‘poco’ y ἄνθρωπος, ‘hombre’.
Oligantropía es el vocablo que el historiador Polibio emplearía para referirse a la crisis demográfica que afectaba a los varones en la Hélade.
Los hombres eran cada vez más escasos en número, como consecuencia de las guerras incesantes y de la corrupción de las costumbres sociales, que habían desembocado en abortos e infanticidios, al tiempo que a los esclavos se les imponía una limitación en el número de hijos que podían engendrar. Con el término ‘oligantropía’ nos referimos, pues, a la disminución en el número de nacimientos y a la restricción de la natalidad.
Polibio es autor, entre otras, de “Historiae“, una ambiciosa obra que abarcó cuarenta volúmenes, de los que sólo cinco de ellos han llegado hasta nuestros días.